EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS

SIN PIE, NO HAY POESÍA: OLIVERIO GIRONDO


¡Sin pie, no hay poesía! —exclaman algunos. Como si
necesitásemos de esa confidencia para reconocerlos.


Oliverio Girondo (Buenos Aires, 1881 - 1967) Poeta argentino que revolucionó la estética de su país, a través de una obra que incorporó las principales corrientes vanguardistas.
Sus poemas son emblemáticos de la nueva sensibilidad estética, que se caracterizaba por la búsqueda incesante de nuevos ángulos desde donde abordar la realidad, desde la más sublime a la más cotidiana.

Los membretes, vieron la luz en sus publicaciones para la revista Martín Fierro. Los membretes son miniaturas de ensayos. Podrían ser algo así como aforismos, una de las zonas menos exploradas de la obra del autor, aunque son parecidos a las greguerías, no tiene como directriz el ingenio sino la brevedad y un trasfondo de conocimiento del arte y la literatura. Son como pequeños poemas hechos de un sólo verso por lo que algunos causan extrañeza, aunque sin duda alguna todos logran una reflexión. Estos membretes, también funcionan como apuntes para líneas definitivas de su poesía. La poesía siempre es el otro, aquello que todos ignoran hasta que lo descubre un verdadero poeta, escribió Girondo.

La obra del poeta argentino Oliverio Girondo es una de las más singulares y menos conocidas de la poesía hispanoamericana del siglo XX. 

En Periódico Poético, te compartimos una breve muestra de Los membretes de Oliverio Girondo.


Jean Cocteau es un ruiseñor mecánico a quien le ha dado
cuerda Ronsard.


Musicalmente, el clarinete es un instrumento muchísimo
más rico que el diccionario.


Las frases, las ideas de Proust, se desarrollan y se
enroscan, como las anguilas que nadan en los acuarios; a
veces deformadas por un efecto de refracción, otras
anudadas en acoplamientos viscosos, siempre envueltas en
esa atmósfera que tan solo se encuentra en los acuarios y
en el estilo de Proust.


La disección de los ojos de Monet hubiera demostrado
que Monet poseía ojos de mosca; ojos forzados por
innumerables ojitos que distinguen con nitidez los más
sutiles matices de un color pero que, siendo ojos
autónomos, perciben esos matices independientemente, sin
alcanzar una visión sintética de conjunto.


No hay crítico comparable al cajón de nuestro escritorio.


¡Sin pie, no hay poesía! —exclaman algunos. Como si
necesitásemos de esa confidencia para reconocerlos.


En música, al pleonasmo se le denomina: variación.


La prosa de Flaubert destila un sudor tan frío que nos
obliga a cambiarnos de camiseta, si no podemos recurrir a
su correspondencia.


Europa comienza a interesarse por nosotros. ¡Disfrazados
con las plumas o el chiripá que nos atribuye, alcanzaríamos
un éxito clamoroso! ¡Lástima que nuestra sinceridad nos
obligue a desilusionarla... a presentarnos como somos;
aunque sea incapaz de diferenciarnos... aunque estemos
seguros de la rechifla!


Renán es un hombre tan bien educado que hasta cuando
cree tener razón, pretende demostrarnos que no la tiene.


Llega un momento en que aspiramos a escribir algo peor.


El ombligo no es un órgano tan importante como
imaginan ustedes... ¡Señores poetas!


Delatemos un onanismo más: el de izar la bandera cada
cinco minutos.


La arquitectura árabe consiguió proporcionarle a la luz, la
dulzura y la voluptuosidad que adquiere la luz, en una boca
entreabierta de mujer.


No hay que confundir poesía con vaselina; vigor, con
camiseta sucia.


Todas las razones que tendríamos para querer a
Velázquez, si la única razón del amor no consistiera en no
tener ninguna.


¡Cuidado con las nuevas recetas y con los nuevos
boticarios! ¡Cuidado con las decoraciones y “la couleur
lócale”! ¡Cuidado con los anacronismos que se disfrazan de
aviador! ¡Cuidado con el excesivo dandysmo de la
indumentaria londinense! ¡Cuidado —sobre todo— con los
que gritan: “¡Cuidado!” cada cinco minutos!


¿Por qué no admitir que una gallina ponga un
trasatlántico, si creemos en la existencia de Rimbaud,
sabio, vidente y poeta a los 12 años?


Rodin confundió caricia con modelado; espasmo con
inspiración; “atelier” con alcoba.


Un libro debe construirse como un reloj, y venderse como
un salchichón.


Los críticos olvidan, con demasiada frecuencia, que una
cosa es cacarear, otra, poner el huevo.


Trasladar al plano de la creación la fervorosa
voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos
a pedradas todos los faroles del vecindario.


¡Si buena parte de nuestros poetas se convenciera de que
la tartamudez es preferible al plagio!


Tanto en arte, como en ciencia, hay que buscarle las siete
patas al gato.


A fuerza de gritar socorro se corre el riesgo de perder la
voz.


Los paréntesis de Faulkner son cárceles de negros.


Estamos tan pervertidos que la inhabilidad de lo ingenuo
nos parece el “sumun” del arte.


La experiencia es la enfermedad que ofrece el menor
peligro de contagio.


En vez de recurrir al whisky, Turner se emborracha de
crepúsculo.


La vida es un largo embrutecimiento. La costumbre nos
teje, diariamente, una telaraña en las pupilas; poco a poco
nos aprisiona la sintaxis, el diccionario; los mosquitos
pueden volar tocando la corneta, carecemos del coraje de
llamarlos arcángeles, y cuando deseamos viajar nos
dirigimos a una agencia de vapores en vez de
metamorfosear una silla en un trasatlántico.


Aunque ellos mismos lo ignoren, ningún creador escribe
para los otros, ni para sí mismo, ni mucho menos, para
satisfacer un anhelo de creación, sino porque no puede
dejar de escribir.


Las distancias se han acortado tanto que la ausencia y la
nostalgia han perdido su sentido.


Lo prodigioso no es que Van Gogh se haya cortado una
oreja, sino que conservara la otra.


La poesía siempre es lo otro, aquello que todos ignoran
hasta que lo descubre un verdadero poeta.


Hasta Darío no existía un idioma tan rudo y maloliente
como el español.


Los pintores chinos no pintan la naturaleza, la sueñan.


Aspiramos a ser lo que auténticamente somos, pero a
medida que creemos lograrlo, nos invade el hartazgo de lo
que realmente somos.


Ambicionamos no plagiarnos ni a nosotros mismos, a ser
siempre distintos, a renovarnos en cada poema, pero a
medida que se acumulan y forman nuestra escueta o
frondosa producción, debemos reconocer que a lo largo de
nuestra existencia hemos escrito un solo y único poema.



Girondo, O., (1996), Oliverio Girondo. Obras, Buenos Aires, Argentina. Editorial Losada, S.A.
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[Diego Montes]



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