EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS
POEMAS DE UN NOVELISTA: JOSÉ DONOSO
Se dormirá tu recuerdo en el aire
dejando desnudo el nombre de las cosas.
Palabra, José Donoso.
José Donoso Yáñez (1924 - 1996) Novelista, cuentista y articulista chileno, en sus obras retrató la decadencia de la aristocracia criolla de Chile con maestría. Recibió el Premio Nacional de Literatura de Chile y el Premio de la Crítica de España. En 1995 fue condecorado con la Gran Cruz del Mérito Civil, otorgada por el Consejo de Ministros de España. Es considerado como una de las figuras centrales del boom latinoamericano. Además de que sus obras se han traducido a más de 15 idiomas y varias de sus novelas y relatos han sido adaptados al cine.
En su producción, solo consta un libro de poesía: Poemas de un novelista, publicado en 1981 (Santiago de Chile, Ganymedes), y reeditado en 2009 en España (Madrid, Bartleby Editores). Muchos de los poemas que integran esta obra son en propias palabras de Donoso un “refugio ante las monstruosidades de la prosa”. El prólogo de Jorge Edwards nos sentencia que “Mientras el José Donoso de la novela ocultaba o transmitía imágenes deliberadamente borrosas, el de los poemas, en cambio, como se hace y se dice en el arte de la fotografía, revelaba. Ocultar es trabajoso; enfocar y revelar era un alivio, un respiro”.
En Periódico Poético, te compartimos una breve muestra del libro Poemas de un novelista, del escritor chileno José Donoso.
POEMAS DE UN NOVELISTA
2
Sorpresa encontrarte aquí
aunque yo te he traído.
Entramos por nuestro arco de piedra:
lo cerramos porque tú y yo lo decidimos.
Ahondo en la casa como si fuera
la cavidad bajo tu brazo.
Tenues hebras unen
nuestros sueños específicos.
¿Estamos completos?
Sí, recuento:
hijas, cuadros, perros, y la música
que determina nuestros límites.
Esto que nos guarece en la frazada.
El refugio paternal de tantos libros.
Nuestro sueño devora
la vigilia reversible que somos tú y yo,
diez dedos en una mano,
vaso único para el vino tinto.
El pueblo de piedras tensas: el campo
lo sostiene alto en su palma
de olivares benignos.
Igual, alto, tendidos,
oteamos desde el sueño
el mutuo acertijo de nuestros placeres distintos:
errar por los ecos de la casa vieja,
momentos de soledad o abrazo,
el desgarro del miedo simple
al simple frío.
Saberte, en suma,
la madeja de mi vida.
Nos incorporamos a esta bendita monotonía:
leñas, candiles,
página abierta junto a la hoguera encendida,
tu gran pelo revuelto negreando sobre la almohada,
las tentativas de tus pobres manos pueriles.
Júrame que jamás habrá más que inviernos.
Hay momentos en que creo
que hasta las estaciones te obedecen
y por eso te lo pido.
Dentro de esta arcaica organización
de piedras, piezas y pasillos,
el mundo de la tibieza se reduce
a cierto sector de tu cuello,
a mi puño apretado,
a una frase divertida.
Es preciso eliminar espacio.
Vamos clausurando puertas,
pasadizos inútiles,
patios, escaleras y rendijas.
Dejamos sólo dos o tres movimientos necesarios,
uno o dos lugares,
ciertos signos inscritos de noche
en la repetida cal de la habitación
donde dormimos.
Otro cajón que cerrar.
Otra ventana prescindible.
En el paisaje de nuestra cama,
abrazados y minúsculos:
asombrados de habitar esta llanura,
de dormir entre tanta piedra
sorda a otra historia que la suya.
El espacio no propicia al diálogo.
Para convenir que tú me trajiste a mí y yo a ti
condenamos inmensidades,
tapiamos horizontes crueles y perspectivas.
** *** **
Preludio
Se dormirá tu recuerdo en el aire
dejando desnudo el nombre de las cosas:
huirá el sendero hacia la orilla de plata
pero distinta a tu presencia la esencia será escasa.
Todo estará más allá de mi piel -debajo de mis huesos:
del humo y la lluvia y el dolor y el pánico.
De la alegría no tendré más que una imagen
seria y plana como un retrato.
El arco casi imperceptible del viento caerá.
Tu voz dejará de crecer desde ese árbol.
Y en medio de la soledad del frío ensimismado
buscarán tus paso las aceras y las calles.
Así ha de ser, pues sabes que el mundo sin ti
llega sólo hasta mi talón y mis manos.
Se secará, esperándote, el lago que jamás vimos.
Se refugiará en la tierra el escarabajo que no miramos.
En los últimos días no hay paisaje en mi sed.
** *** **
Palabra
Proa prestigiosa,
auspicias esponsales perpetuos.
Desde la nave palatina se percibe que no basta
el pan cotidiano
ni la tarde evasiva,
ni el leve velo que cae
a envolver el adjetivo de tus pies.
El verbo ansioso, tumefacto,
traiciona a todas las varianes del infinito.
Mi corazón late en otra casa.
Todo parece provisorio de pronto,
apenas un hilván:
la desdentada parca de la literatura
se sabe tópico,
y ríe: claro,
no necesita cortar,
todo apenas fragmentos
de esencia descartable e inútil.
No existe el lugar común de la cópula feroz:
sólo el loable artificio del sabor de una fresa.
Y sin embargo
-me aseguro para seguir-
además de la prosa triunfante
existe la soledad,
aunque sean inválidos el océano y el silencio
sin su hendidura.
La muerte, en lontananza,
la divisa e intenta huir,
pero la retienen y la someten a juicio:
pelucas legislativas, caobas virreinales, legajos,
seda ajustada como otra piel,
pasillos, hujieres.
¡Ah, espejiso que perpetúa la ilusión
del único triunfo posible
en absolutamente todos los cuerpos!
Hora a hora
-oídme-
el laurel definitivo se acerca:
el cerro va derrumbar su sombra,
y para dormir enrollan sus esqueletos
una confusa variedad de lebreles.
Y cuando se detiene, violeta, el corazón
descubre que el terror definitivo es su igual
si osa ponerle su nombre.
** *** **
Fotografía de mi tatarabuela Carmen Fantobal
de Donoso, muerta a los cien años en Talca,
el 22 de noviembre de 1867, a las once y media A.M.
¿Cómo llego a mi cofre?
Rostro surcado, muerto, sin dientes.
Tatarabuela de mil años coloniales,
ocre destiñéndose,
tan vieja que ni de tu apellido
quedan recuerdos ni sobrevivientes.
Nada sé de ti.
Eres tu hábito monjil,
los siglos
que saltan a la cartulina.
Ningún vínculo nos une
más que la desechable casualidad
de la sangre:
ni anécdotas, ni tierras, ni cariño,
ni tradición ennoblecedora.
Sin embargo alguien te quiso:
una cuidadosa letra
registró tu nombre,
y el día y la hora de tu muerte
en el dorso de tu efigie
ya casi desvanecida.
Esa persona está
viva, me habla.
¿Quién sería?
** *** **
Mi padre en su cátedra en la Facultad de
Medicina de la Universidad de Chile (¿1956?)
Mis hermanos lo vivieron.
Yo sólo tengo la pequeña,
borrosa fotografía:
el anfiteatro lleno,
el guardapolvo blanco,
el gesto elocuente, reconocible, cálido
aun a la distancia del lente.
El recuento de tantos -¿generaciones?-
que lo vieron así, que lo oyeron,
¿recuerdan que la sabiduría
puede ser no empeñarse,
que la negación del dolor
-el tema de la clase-
tal vez propicie capacidad,
o pasión desconocida?
** *** **
Fotografía de mi madre tomada por
Georege Saure en 1922
Llamé para preguntar
si conservas más fotografías
de mi madre.
No, dijiste:
destruí mi archivo.
¿A quién puede interesarle
tan añeja fotografía?
No era tuya para destruirla.
Neruda, Maruja, Henriette -tantos- mi madre
en tu placa trascendieron de una manera distinta,
tú y su accidente.
El vértigo de no saber
que se pertenece a la historia.
Dice que le gustaba retratarla:
mantón negro, chambergo negro
realzan el ángulo del brazo
y las facciones frágiles.
Neruda: luz, fuerza, languidez de poeta joven.
Mi madre aún no se casaba.
Yo aún no nacía.
El olvido es destrucción:
no hay respuesta.
La destrucción es soledad:
naufragaron personajes
irrescatables de tu suicidio.
___________________
Donoso, J. (2002). Poemas de un novelista. Guaraguao, 6(14), 136-149. Retrieved October 19, 2020, from http://www.jstor.org/stable/25596273
http://www.lecturalia.com/autor/1762/jose-donoso
http://www.agenciabalcells.com/autores/obra/jose-donoso/poemas-de-un-novelista/
https://www.peterlang.com/view/9783631812198/html/ch13.xhtml
http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?blog=954
[Diego Montes]
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