EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS

LA PUERTA: MARGARET ATWOOD




La puerta se abre,
miras adentro:
¿por qué sigue pasando esto ahora?
¿Es que hay un secreto?
La puerta se cierra.
Margaret Atwood


Margaret Atwood (Otawa, Cánada, 1939) Poeta, novelista, crítica literaria y activista política, reconocida internacionalmente por su obra.

Ha recibido los premios Los Angeles Times Fiction (1986), Nebula Adward (1986), Canadian Booksellers Association Author of the Year (1989), Trillium Book Award (1991, 1993, 1995), Goverment of France’s Chevalier dans l’Ordre des Arts et des Lettres (1994), Booker Prize (2000), Premio Príncipe de Asturias de Literatura (2008) y Los Angeles Times Book Prize Innovator’s Adward (2012).


Su libro de poesía La Puerta (Bruguera-2008) es un recorrido por sus vivencias personales, desde la infancia hasta la madurez, reflexiona sobre el amor, el paso del tiempo y la poesía. Plantea más preguntas que respuestas, como si correspondiese al lector encontrar lo que está más allá de ese umbral al que alude el título. 

"No elijo el tema a priori. Escribo una línea y luego las palabras me conducen al poema. Si cuidas el sonido de las palabras, el sentido viene dado de forma natural", explica sobre su proceso de creación la escritora. Y sobre el contexto en el que lo ha escrito, opina que "los tiempos de crisis provocan más presión emocional en la gente, se escribe más. La poesía es emoción y las dificultades obligan al ser humano a meditar sobre su destino". Un proceso en el que Atwood es un buen punto de partida.



En Periódico Poético te compartimos una breve muestra del libro La Puerta, de la escritora Margaret Atwood, en traducción de Pilar Somarrera Iñigo:



ENERO


Aroma fresco de narcisos blancos:

es enero, y hay nieve copiosa.

Hace tanto frío que hasta las cañerías se congelan,

y de noche cruje la casa.


Tú salías y entrabas a tu antojo,

pero en invierno te quedabas dentro,

orondo con tus pieles de director de funeraria;

soñabas con la luz del sol,

soñabas con gorriones degollados,

gato negro, que ya no estás aquí.


Si pudieras encontrar tu camino

desde el río de las flores heladas,

el bosque donde no hay comida,

para volver atravesando la ventana de hielo,

para volver por la puerta de aire, cerrada con llave.



** *** **



SOR JUANA TRABAJA EN EL JARDÍN


Es hora, otra vez, de trabajar en el jardín: hora de la poesía, de los brazos

hasta los codos en lo que queda

del diluvio; con las manos en la tierra, tanteando

entre las raicillas, los bulbos, las canicas abandonadas, los hocicos

ciegos de los gusanos, los excrementos de gato, los restos que un día serán

tus huesos, cualquier cosa que esté enterrada

allí a presión, un tenue destello en la oscuridad.

Cuando apoyas tus pies desnudos en el desnudo suelo y

el rayo es un látigo que te azota dos veces

seguidas, se dice que estás conectada a tierra,

y esto es la poesía: un cable de alto voltaje.

Es como si metieras un tenedor

en un enchufe. Así que no pienses que se trata sólo de flores.

Aunque, en parte, se trata también de ellas.

Pasaste la mañana entre las vampiras

siemprevivas, la marea de peonías, los lirios preparándose a explotar,

las hojas de las dedaleras brillantes como el cobre moldeado

con un martillo, el crujido estático de las espinosas aguileñas.

Las tijeras, el portentoso desplantador, la carretilla

dorada e inerte, las briznas de hierba

que susurran como iones. ¿No te dabas cuenta de que se preparaba

algo? Deberías haberte puesto guantes

de goma. El trueno surge en las agujas de los altramuces,

en sus macizos y corrientes, el polen y la resurrección

se desprenden de cada nido inquieto

de pétalos. Tus brazos zumban, el vello

se te eriza; basta un tique para estar fulminada.

Es demasiado tarde, la tierra se abre,

los muertos resucitan, se tambalean ciegos

en la postrera sacudida de la luz

cotidiana, ángeles peludos se arrastran

sobre ti como abejas en enjambre, los arces

despliegan sus ensordecedores tonos

hacia el cielo, las sílabas

que irrumpen de ti se desparraman por el prado.



** *** **



NOTICIAS DE LAS DIEZ


Cae desde el aire un pájaro, herido por un disparo,

las otras aves se dan cuenta,

necesitan saber qué ha sucedido.

Las hojas de los árboles susurran, los ciervos se agitan, los conejos

sacuden las orejas. Los herbívoros se agazapan, los carroñeros

se lamen los dientes.

La vida sacrificada no les asusta.


¿Qué nos alarma? ¿De qué nos alimentamos?

Lo aceptamos todo,

una herida tras otra.

Escombros, escombros, murmuran las pistolas.

Nuestros rostros relucen en el centellar de cristal,

la noche asciende como una humareda.


Oh, esconde tus ojos

-es mejor sentarse en un cuarto aislado,

las puertas cerradas, los aparatos apagados,

sin nada más que esa postal

de las cataratas del Niágara, que compraste el verano pasado –esa cascada de agua que calma

como caramelos de toffee verde cayendo

a cámara lenta por un precipicio;

mejor no ver al frágil nadador,

o a los dos niños en su bote amarillo.



** *** **



ES OTOÑO


Es otoño. Los frutos repiquetean al caer.

Hayucos, bellotas, nueces negras,

huérfanos de los árboles que caen

ataviados con sus rígidos atuendos.


No te adentres

en el bosque de tenue color naranja,

está lleno de viejos irascibles

que se deslizan furtivos con ropa de camuflaje

y fingen que nadie los ve.


Algunos ni siquiera son viejos,

sólo tienen frentes artríticas,

o están borrachos;

pero alguien tiene que pagar

por sus rencillas, sus oscuros dolores,

cuanta más carne explote, mejor.


Dispararán a la menor señal del movimiento,

a tu perro, a tu gato, a ti.

Dirán que eras un zorro o una ardilla,

un pato, o un faisán. Quizá un ciervo.

No son cazadores, estos hombres.

No tienen la paciencia de los cazadores,

ni su remordimiento.

Están seguros de que todo les pertenece.

Un cazador sabe que toma prestada su presa.


Recuerdo las largas horas

agazapada en las altas hierbas de los pantanos

-el cielo vacío, el agua silenciosa,

los callados colores de lejanos árboles

esperando el fugaz aleteo de las aves,

casi rogando que no pasara nada.



** *** **



SECRETISMO


El secreto te fluye dentro,

una clase diferente de sangre.

Es como si te lo hubieras comido,

cual dulce rancio,

como si te lo hubieras metido en la boca,

dejándolo fundirse suavemente en tu lengua,

y que luego se deslice por tu garganta;

como pronunciar palabras al revés,

una palabra disuelta

en sus velares y sibilantes,

una inspiración pausada,


y ahora está dentro de ti, el secreto.

Viejo y vicioso, delicioso

como terciopelo oscuro.

Florece en ti,

una amapola hecha de tinta.


No puedes pensar en otra cosa.

Cuando ya lo tienes, quieres más.

¡Qué poder te da!


El poder de conocer sin ser conocido,

el poder de la puerta de piedra,

el del velo de hierro,

el de los dedos aplastados,

el poder de los huesos ahogados

que gritan desde el fondo del pozo.



** *** **



LA CANCIÓN DEL TITANIC


La gente empuja y se amontona,

no hay bastantes botes salvavidas,

es algo que resulto obvio.


Luego, ¿por qué no pasar los últimos momentos

practicando nuestro humilde arte

como siempre hemos hecho,


crear un lago de consuelo, seguramente falso,

en medio de la tragedia?

Alguna ventaja sí que tiene.


Imaginémonos, entonces, en la orquesta del barco.

Todos estamos en nuestros puestos,

tocamos, rasgueamos y marcamos el ritmo


con nuestros instrumentos de diario,

mientras gritos y botas nos atropellan.

Algunos han saltado al mar: sus pieles y su desesperación

los hunden. Manos con garras asoman a través del hielo.

¿Qué estamos tocando?¿Es un vals?

Hay demasiado alboroto


para que otros puedan distinguirlo,

o quizá están demasiado lejos,

¿es un alegre fox-trot, un viejo himno empalagoso?


Sea lo que sea, somos nosotros los que tocamos los violines

mientras las luces se extinguen y el barco se sume en el mar

y las aguas lo cubren.


** *** **



LA PUERTA


La puerta se abre,

miras lo que hay dentro.

Está oscuro en el interior,

probablemente hay arañas,

no hay nada ahí que tu desees.

Tienes miedo.

La puerta se cierra.


La luna llena brilla,

repleta de delicioso zumo,

compras un bolso,

el baile es agradable.

La puerta se abre

y se cierra, tan rápido,

que no te das cuenta.


El sol sale,

tomas un desayuno frugal

con tu marido, aún delgado,

lavas los platos,

quieres a tus hijos,

lees un libro,

vas al cine.

Llueve de forma moderada.


La puerta se abre,

miras adentro:

¿por qué sigue pasando esto ahora?

¿Es que hay un secreto?

La puerta se cierra.


Cae la nieve,

barres el sendero, resollando,

ya no es tan fácil como antes.

Tus hijos llaman por teléfono, a veces.

Hay que arreglar el tejado.

Te mantiene ocupada.

Llega la primavera.


La puerta se abre:

está oscuro ahí dentro,

hay muchos peldaños hasta abajo.

Pero, ¿qué es lo que brilla?

¿Es agua?

La puerta se cierra.


El perro ha muerto.

Ya sucedió antes,

y compraste otro,

pero esta vez, no.

¿Dónde está tu esposo?

Has abandonado el jardín.

El trabajo era demasiado duro.

Por la noche te tapas con mantas;

sin embargo, padeces insomnio.


La puerta se abre:

Oh, dios de los goznes,

dios de los largos viajes,

has cumplido tu palabra.

Ahí dentro está oscuro.

Te confías a las tinieblas.

Entras dentro.

La puerta se cierra.



Atwood, M., (2008), La puerta (Traducción de Pilar Somacarrera Iñigo), Barcelona, España, Editorial Bruguera.

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https://latam.casadellibro.com/libro-la-puerta/9788402421012/1236293

https://inventarunpajaro.files.wordpress.com/2015/12/la-puerta.pdf

https://www.publico.es/culturas/margaret-atwood-retoma-sentido-poetico.html

http://margaretatwood.ca/

https://www.casadellibro.com/libros-ebooks/margaret-atwood/483

[Diego Montes]


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