EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS: ELIZABETH BISHOP
ALGUNOS SUEÑOS QUE ELLOS OLVIDARON
Elizabeth Bishop (1911 - 1979). Poeta de la exactitud, la claridad y la precisión descriptiva, distinguida como poeta laureada de los Estados Unidos, ganó el Premio Nacional del Libro en 1970, ese mismo año, Bishop comenzó a enseñar en la Universidad de Harvard, donde trabajó durante siete años.y Premio Pulitzer de poesía en 1956.
Bishop organiza sus poemas desde una “experta disposición de las pausas”, una cautelosa indagación de sí misma, en la que la sensación, aún más difícil de capturar que la apariencia, es objetivada misteriosamente bien. Sus imágenes son precisas y fieles a la vida, y reflejan su propio ingenio agudo y sentido moral. Viajes, paisajes, naturaleza, escenarios marinos de una geografía quieta, donde se desplaza la mirada con un acervo interior: caudal y colección de un fluido humorístico e intelectual, que convierte siempre a la imagen en una especulación del mundo interno.
En Periódico Poético te compartimos una breve muestra poética de la escritora norteamericana Elizabeth Bishop en traducción de Ulalume González de León.
UN MILAGRO PARA EL DESAYUNO
A las seis en punto ya esperábamos el café,
esperábamos el café y la migaja caritativa
que iban a servirnos desde cierto balcón
—como reyes antiguos, o como un milagro.
Todavía estaba oscuro: un pie del sol
se posó en una larga onda del río.
El primer ferry del día acababa de cruzar el río.
Con tanto frío, confiábamos en que el café
estuviera muy caliente —ya que el sol
no prometía ser tibio— y en que la migaja fuera
un pan para cada cual, con mantequilla, por milagro.
A las siete, un hombre salió del balcón.
Permaneció un minuto, solo, en el balcón
mirando hacia el río por encima de nuestras cabezas.
Un sirviente le alcanzó los elementos del milagro:
una simple taza de café y un panecillo
que él se puso a desmigajar —su cabeza
literalmente entre las nubes, junto al sol.
¿Estaba loco el hombre? ¿Qué cosas bajo el sol
intentaba hacer, allá arriba en su balcón?
Cada cual recibió una migaja, más bien dura,
que algunos arrojaron desdeñosos al río,
y en una taza una gota del café. Entre nosotros,
hubo quienes siguieron esperando el milagro.
Puedo contar lo que vi entonces. No fue un milagro.
Una hermosa mansión se alzaba al sol
y llegaba de sus puertas aroma a café caliente.
Al frente, un balcón barroco de yeso blanco,
guarnecido por pájaros de los que anidan junto al río
—lo vi pegando un ojo a la migaja—
y corredores y aposentos de mármol. Mi migaja
mi mansión, hecha milagro para mí,
a través de los siglos, por insectos y pájaros y el río
que trabajó la piedra. Cada día a la hora
del desayuno, me siento al sol en mi balcón,
encaramo en él los pies y bebo litros de café.
Lamimos la migaja y tragamos el café.
Al otro lado del río, atrapó al sol una ventana
como si el milagro se hubiera equivocado de balcón.
** * * * **
Q UAI D ’O RLEANS
A Margaret Miller
Cada barcaza por el río remolca sin esfuerzo
una poderosa estela,
inmensa hoja de roble de grises destellos
sobre un gris más opaco;
y detrás de ella flotan hojas verdaderas,
descienden hacia el mar.
Venas de azogue en las gigantes hojas,
ondulaciones avanzan
hacia el lado del muelle, se extinguen
contra sus murallas,
suaves, como a su fin van las estrellas fugaces
en algún punto del cielo.
Y tropeles de hojas pequeñas, de hojas reales las
persiguen a la deriva
hasta perderse, humildes en el vestíbulo
disolvente del mar.
De pie, inmovilizados como rocas miramos
las hojas y las ondas
mientras la luz sostiene con las nerviosas aguas
una entrevista.
“Si lo que vemos pudiera olvidarnos la mitad
de lo que a sí mismo se olvida
—quiero decirte— pero no podremos librarnos
en toda la vida del fósil de las hojas.
** * * * **
P EQUEÑO EJERCICIO
Piensa en la tormenta que ronda por el cielo
como un perro en busca de un lugar donde dormir
escucha cómo gruñe.
Piensa cómo ha de verse el cordaje del mangle
tendido allí afuera e insensible al relámpago
en oscuras familias de fibras ásperas,
allí donde a veces una garza se despeina,
sacude sus plumas, hace un incierto comentario
cuando a su alrededor el agua brilla.
Piensa en el bulevar y las pequeñas palmeras
clavadas en fila, que se revelan de improviso
como puñados de flexibles peces —esqueletos.
Está lloviendo allí. El bulevar
y sus rotas aceras con hierbas en cada ranura
sienten el alivio de estar mojados, y el mar de
refrescarse.
Ahora la tormenta vuelve a alejarse en una serie
de minúsculas, mal iluminadas escenas de batallas,
cada cual en “Otra parte del campo”.
Piensa en alguien que duerme en el fondo de un
bote,
amarrado a las raíces del mangle o al pilote de un
puente;
piénsalo indemne y apenas perturbado.
** * * * **
INVITACIÓN A MISS M ARIANNE M OORE
Desde Brooklyn, por encima del puente
de Brooklyn, en la mañana espléndida, por favor
ven volando.
En una nube de substancias químicas,
ardientes ypálidas,
por favor ven volando
al rápido redoble de miles de tambores
pequeños, azules,
que bajan desde el cielo aborregado
por las graderías resplandecientes
de las aguas del puerto,
por favor ven volando.
Silbatos, gallardetes y humo estallan. Las naves
se hacen señales cordiales con multitud de banderas
que se elevan y se abaten sobre la bahía como
pájaros.
Entran en escena dos ríos: graciosamente,
portan diáfanas, pequeñas, innumerables aguamares
en centros de cristal de roca sobrecargados de
cadenas de plata.
Será un vuelo seguro. Que haya buen tiempo
es asunto arreglado. Las olas
corren en verso esta espléndida mañana.
Por favor ven volando.
Ven: con zapatos negros que despidan
por las puntas, afiladas un destello de zafiro;
con una capa negra de alas de mariposas
y de ocurrencias; con sabe Dios
cuántos ángeles montados en la negra
y ancha ala de tu sombrero.
Por favor ven volando.
Trae contigo un ábaco, musical, inaudible,
y un ligeramente reprobatorio entrecejo
y unas cintas azules.
Por favor ven volando.
Hechos y rascacielos relumbran en la marea;
Manhattan, esta espléndida mañana,
está empapada en buenos principios. Entonces,
por favor ven volando.
Montada en el cielo con innato heroísmo,
por encima de los accidentes y las películas inmorales,
por encima de los taxis y las injusticias de
toda especie,
mientras soplan los cuernos en tus lindos oídos
que simultáneamente escuchan una suave,
no inventada música apta para almizcleros,
por favor ven volando.
Tú, por quien se comportan los más rígidos museos
con igual cortesía que el gasta-reverencias
ave-macho; a quien esperan los afables
leones que descansan sobre la escalinata
de la Biblioteca Pública, ansiosos
por saltar y seguirte puertas adentro
hasta la sala de lectura,
por favor ven volando.
Con dinastías de construcciones en negativo
que se vayan tornando ininteligibles
y caigan muertas a tu alrededor;
con una gramática que de improviso vire y brille
como el plumón de las aguanieves en pleno vuelo,
por favor ven volando.
Ven como una luz por el cielo blanco
y aborregado, como un diurno
cometa provisto de una larga,
no nebulosa cola de palabras;
desde Brooklyn, por encima del Puente
de Brooklyn, en la mañana espléndida
por favor ven volando.
** * * * **
A LGUNOS SUEÑOS QUE ELLOS OLVIDARON
Los pájaros muertos cayeron sin que nadie
los hubiera visto volar o pudiera
imaginar desde dónde. Eran negros,
sus ojos estaban cerrados, y nadie
supo qué clase de pájaros eran. Pero todos
se apoderaron de ellos y miraron
hacia arriba, por el reciente y largamente
infundibilizado cielo.
También cayeron gotas oscuras. Se recogieron
en los canales del tejado, se congregaron
en los cielorrasos sobre los hechos de todos ellos;
toda la noche, gotiformas misteriosas,
colgaron sobre sus cabezas, se esparcieron
después entre sus dedos distraídos, rápidas
como el rocío hojas afuera.
Y ellos, ¿dónde habían visto
bayas silvestres tan perfectamente negras como éstas
y que brillaran igual al alba? Señuelos
de centro negro, en altas ramas, o debajo
de las hojas. Venenosas, pensaron
y las olvidaron o —¡recuerda!— comieron
de los sobrecargados árboles. ¿Qué flores
se encogen como semillas, como éstas o la aguileña?
Pero hacia las ocho o las nueve, los sueños
de todos ellos son inescrutables.
** * * * **
UN ARTE
El
arte de perder no es difícil de dominar;
tantas cosas parecen
cargadas con la intención
de perderse, que su pérdida no es una
catástrofe.
Perdé
algo cada día. Aceptá el bajón
de perder las llaves, de la
pérdida de tiempo.
El arte de perder no es difícil de dominar.
Después
practicá perder más lejos y más rápido
lugares y nombres, y
donde pensabas viajar.
Nada de esto será una catástrofe.
Perdí
el reloj de mi mamá. Y mirá! Se fue
mi última o mi anteúltima
casa, de las tres que tanto amé.
El arte de perder no es difícil
de dominar.
Perdí
dos ciudades, las amaba. Y, más aún,
algunos reinos que poseía,
dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue una
catástrofe.
–Incluso
al perderte a vos (la voz graciosa, el gesto
que amo) no habré
mentido. Es evidente
que el arte de perder no es difícil de
dominar
aunque pueda parecer (escribilo ya!) una catástrofe.
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http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/elizabeth-bishop-64.pdf
https://www.opcitpoesia.com/?p=1496
https://poets.org/poet/elizabeth-bishop
https://www.airesdelibertad.com/t31520-elizabeth-bishop
https://letrasenlinea.uahurtado.cl/elizabeth-bishop-el-arte-de-perder/
[Diego Montes]
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