Solipsismo | Cuento de Ángel García

 

Solipsismo


—¡Eusebio! Acércate, quiero que me expliques una cosa.

—En las noches no siento frio, porque los planeadores me tienen caliente, ayer quise 

venir a verte, pero ¿Podías? Saliste con la máquina de motor con otro prójimo. 

—¿Qué dijiste? No se te entiende ¿Qué te metiste? 

—A los hombres rugosos les gusta nadar. Yo estaba con una cerveza, solo en el cielo. 

—Tu no tomas ¿Por qué estas tomando? —Sofía ya había perdido 3 clientes por la 

presencia de Eusebio, pero el insistía en verla. —

—Mis hermanos me andan buscando porque hace falta comprar más Jabón —Jalaba 

de su camisa, estirando los botones, uno a uno sin desabrocharlos — Porque, porque a 

los hombres planeador no les gusta la comida sucia. 

—Cállate ya, por favor. Me andas espantando a los hombres, ya no completo la cuota 

de hoy, voy a tener que trabajar doble turno en la mañana ¿Qué voy a hacer con mija? 

Por si fuera poco, otro cabrón vino a quejarse de que lo seguiste hasta su casa ¿De 

qué se trata? Me vas a matar de hambre. 

—Ya te dije que por la noche las plumas me quieren tragar ¿No entiendes? Yo te 

necesito para mí, pero los hombres rugosos me salvan de los hombres planeador, les 

tienen miedo y por eso no me gusta que otros te vengan a pagar, entonces los rugosos 

tienen muchos colmillos de navajas —Señaló el poste verde que está en la esquina con 

un movimiento repetitivo del pulgar—de ese color son sus cueros. 

—Me habían dicho que estabas loco; no creí que de plano no pudieras hablar como una 

persona normal. Me vas a meter en un problema si sigues molestando a mis clientes 

más frecuentes, ya me traen en la mira ¡Tan siquiera te pagaras unas dos horas, pero ni eso!

Eusebio rasqueteaba las bolsas en sus pantalones, esperando encontrar al menos un

suspiro para enamorar a Sofía y le perdonara una media hora juntos, así como las

últimas semanas, pero para su desafortunadas manos, no quedaban monedas en su

economía, mucho menos habría efectivo para comprar los caramelos sin azúcar ni

menta, que redujeran el parloteo de los hombres planeador en sus oídos, pues

afirmaba que pronto devorarían a toda su familia; decía que únicamente así, todos

sus hermanos volverían a ser reales.

—No te enojes, ¡por las noches el aceite de cocina se corta! Con eso vendo unas

partes para conseguirme un rato contigo, sin que los rugosos nos vean.

—Vete de aquí por favor, apestas a caña y orines. No te quiero volver ver por aquí

¿Entendiste? ¡Esto me busqué por tenerte buena fe!

—Si tu no me quieres ¿Quién sí? Los hombres rugosos ¡¿Ellos lo harán?! Les voy a

preguntar, mañana me toca bañarnos. Con ellos los hombre planeador dejaran de

hacer que me trague sus plumas de petróleo —Rasgaba su camiseta y señalaba el

centro de su pecho, el dedo índice parecía moverse con la intensidad de un látigo—

Eusebio corrió sobre la bestia de asfalto hidráulico, sudando con los mismos colores que

en sueños son iguales al sol, pero que cuando esta despierto y sobrio no coinciden con

la luz del astro. Desgarró su ropa, adentrándose violentamente en la oscuridad de media

noche, quedó a merced de las figuras antropomórficas de hombros arqueados,

pronunciados picos de voces graves y agudos silbidos. Internalizó el aire sulfúrico del

lugar al cual llegó para esconderse, enfrío el calor en las suelas de sus pies para quedar

a completa comunión con los secretos de la naturaleza, al lado de los hombres rugosos,

nadando eternamente con la danza del viento y en ocasiones bajo el cobijo de la lluvia.

Pero siempre, siempre observado por el reflejo de la luna eterna.


Autor: Ángel García. Tampico, Tamaulipas, México.


Cuento publicado en la edición No. 12 de Periódico Poético:

https://drive.google.com/file/d/1QDtzGN79hjX_sQTCatY6DPMshGwaqQz5/view?usp=drivesdk


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