EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS: ELEGÍAS
LA BREVEDAD DE LA VIDA
La elegía es una composición poética en
la que se expresa el lamento y la tristeza por la muerte de un amor o ser
querido, la pérdida de una ilusión o por experimentar cualquier otra situación
desafortunada.
En Periódico Poético te compartimos ocho
elegías que van desde Jorge Manrique hasta Sophia de Mello, pasando por Miguel
Hernández, Marelyz de la Caridad, Miguel de Unamuno y Pablo Neruda.
ELEGÍA A MI PADRE
Jorge Manrique
(Fragmento)
I
Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
II
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por passado.
Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
por tal manera.
III
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.
* * * * *
* *
ELEGÍA DEL SILENCIO
Federico García Lorca
Silencio, ¿dónde llevas
tu cristal empañado
de risas, de palabras
y sollozos del árbol?
¿Cómo limpias, silencio,
el rocío del canto
y las manchas sonoras
que los mares lejanos
dejan sobre la albura
serena de tu manto?
¿Quién cierra tus heridas
cuando sobre los campos
alguna vieja noria
clava su lento dardo
en tu cristal inmenso?
¿Dónde vas si al ocaso
te hieren las campanas
y quiebran tu remanso
las bandadas de coplas
y el gran rumor dorado
que cae sobre los montes
azules sollozando?
El aire del invierno
hace tu azul pedazos,
y troncha tus florestas
el lamentar callado
de alguna fuente fría.
Donde posas tus manos,
la espina de la risa
o el caluroso hachazo
de la pasión encuentras.
Si te vas a los astros,
el zumbido solemne
de los azules pájaros
quiebra el gran equilibrio
de tu escondido cráneo.
Huyendo del sonido
eres sonido mismo,
espectro de armonía,
humo de grito y canto.
Vienes para decirnos
en las noches oscuras
la palabra infinita
sin aliento y sin labios.
Taladrado de estrellas
y maduro de música,
¿dónde llevas, silencio,
tu dolor extrahumano,
dolor de estar cautivo
en la araña melódica,
ciego ya para siempre
tu manantial sagrado?
Hoy arrastran tus ondas
turbias de pensamiento
la ceniza sonora
y el dolor del antaño.
Los ecos de los gritos
que por siempre se fueron.
El estruendo remoto
del mar, momificado.
Si Jehová se ha dormido
sube al trono brillante,
quiébrale en su cabeza
un lucero apagado,
y acaba seriamente
con la música eterna,
la armonía sonora
de luz, y mientras tanto,
vuelve a tu manantial,
donde en la noche eterna,
antes que Dios y el tiempo,
manabas sosegado.
* * * * *
* *
ELEGÍA
Sophia de Mello
Aprende
A no esperar por ti pues no te
encontrarás
En el instante de decir sí al
destino
Incierta te detuviste enmudecida
y los océanos después sin prisa te
rodearon
A eso llamaste Orfeo Eurídice-
Incesante intensa la lira vibraba al
lado
Del desfilar real de tus días
Nunca se distingue bien lo vivido de
lo no vivido
El encuentro del fracaso-
Quién se acuerda del fino escurrir
de la arena en el reloj
Cuando se alza el canto
Por eso la memoria sedienta quiere
venir a la superficie
En busca de la parte con la que no
diste
En el ronco instante de la noche más
callada
O en el secreto jardín a orillas del
río
En junio
* * * * *
* *
ELEGÍA PARA CANTAR
Pablo Neruda
A Violeta Parra
I
¡Ay, qué manera de caer hacia arriba
y de ser sempiterna, esta mujer!
De cielo en cielo corre o nada o canta
la violeta terrestre:
la que fue, sigue siendo,
pero esta mujer sola
en su ascensión no sube solitaria:
la acompaña la luz del toronjil,
del oro ensortijado
de la cebolla frita,
la acompañan los pájaros mejores,
la acompaña Chillán en movimiento.
¡Santa de greda pura!
Te alabo, amiga mía, compañera:
de cuerda en cuerda llegas
al firme firmamento,
y, nocturna, en el cielo, tu fulgor
es la constelación de una guitarra.
De cantar a lo humano y lo divino,
voluntariosa, hiciste tu silencio
sin otra enfermedad que la tristeza.
II
Pero antes, antes, antes,
ay, señora, qué amor a manos llenas
recogí as por
los caminos:
sacabas cantos de las humaredas,
fuego de los velorios,
participabas en la misma tierra,
eras rural como los pajaritos
y a veces atacabas con relámpagos.
Cuando naciste fuiste bautizada
como Violeta Parra:
el sacerdote levantó las uvas
sobre tu vida y dijo:
"Parra eres
y en vino triste te convertirás".
En vino alegre, en pícara alegría,
en barro popular, en canto llano,
Santa Violeta, tú te convertiste,
en guitarra con hojas que relucen
al brillo de la luna,
en ciruela salvaje
transformada,
en pueblo verdadero,
en paloma del campo, en alcancía.
III
Bueno, Violeta Parra, me despido,
me voy a mis deberes.
¿Y qué hora es? La hora de cantar.
Cantas.
Canto.
Cantemos.
* *
* * * * *
ELEGÍA
Miguel Hernández
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto
como del rayo Ramón
Sijé con
quien tanto quería).
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
* * * * * * *
ELEGÍA A UN HOMBRE TRISTE
Marelys de la Caridad Neyva Antúnez
He buscado entre tus ruinas una grieta cristalina, un trozo
de cielo que
ilumine los bocados de ternura perdidos en tu alma, un
pequeño indicio
que impida la caída de tu abrazo.
He buscado en vano tu alegría, tu ilusión de niño escondida
en tus
espejos. Pero el sopor del hastío me esconde tu rostro.
¿Dónde fue lapidada tu sonrisa?, ¿en qué limbo dejaste tu
inocencia?,
¿cuántos sacrificios necesita tu esperanza?
Hambrientas emergen tus ansias, haciendo camino entre
despojos, entre
el odio iracundo de tus miedos.
¡Dime!... Cómo salvarte del naufragio, de las olas amargas
que te
inundan, si te aferras al dolor como una hiedra y el desamor
carcome tus
raíces.
Cómo hablarle a tu boca sorda, sin que derrame su furia, sin
que esgrimas
tu orgullo lacerado; cómo explicarle a tu piel y que tu voz
me escuche,
cómo cantarle a tus ojos sin que te llenes de fugas.
He buscado tanto, tanto; pero entre tus ruinas solo hay
silencio.
Ven, mi pájaro herido, niño grande perdido en la tristeza;
aquí tengo paz
para calmar tus ansias y un sol para cubrir tus inviernos.
** * * * **
EN LA MUERTE DE UN HIJO
Miguel de Unamuno
Abrázame, mi bien, se nos ha muerto
el fruto del amor;
abrazáme, el deseo está a cubierto
en surco de dolor.
Sobre la huesa de ese bien perdido,
que se fue a todo ir,
la cuna rodará del bien nacido,
del que está por venir.
Trueca en cantar los ayes de tu llanto,
la muerte dormirá;
rima en endecha tu tenaz quebranto,
la vida tornará.
Lava el sudario y dale sahumerio,
pañal de sacrificio,
pasará de un misterio a otro misterio,
llenando santo oficio.
Que no sean lamentos del pasado,
del porvenir conjuro,
brizen, más bien, su sueño sosegado
hosanas al futuro.
Cuando al ponerse el sol te enlute el cielo
con sangriento arrebol,
piensa, mi bien: «a esta hora de mi duelo
para alguien sale el sol».
Y cuando vierta sobre ti su río
de luz y de calor,
piensa que habrá dejado oscuro y frío
algún rincón de amor.
Es la rueda: día, noche; estío, invierno;
la rueda: vida, muerte…
sin cesar así rueda, en curso eterno,
¡tragedia de la suerte!
Esperando el final de la partida
damos pasto al anhelo,
con cantos a la muerte henchir la vida,
tal es nuestro consuelo.
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https://www.classicistranieri.com/miguel-de-unamuno-en-la-muerte-de
https://algundiaenalgunaparte.com/2015/08/05/elegia-miguel-hernandez/
https://perrerac.org/chile/pablo-neruda-elega-para-cantar/523/
https://ciudadseva.com/texto/elegia-del-silencio/
https://www.poesi.as/index1.htm
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