EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS: FEDERICO GARCÍA LORCA
POETA EN NUEVA YORK
En la conferencia-recital
sobre Poeta en Nueva York,
Federico García Lorca
aclara lo siguiente:
"He dicho (un poeta
en Nueva York) y he debido decir
(Nueva York en un poeta).
Un poeta que soy yo"
(García Lorca, 1997:163).
Federico
García Lorca (1898-1936) Poeta y dramaturgo. En sus primeros libros de poesía
se muestra más modernista, siguiendo la estela de Antonio Machado, Rubén Darío
y Salvador Rueda. En una segunda etapa reúne el Modernismo con la Vanguardia,
partiendo de una base tradicional.
En sus
poemas y en sus dramas se revela como agudo observador del habla, de la música
y de las costumbres de la sociedad rural española. Una de las peculiaridades de
su obra es cómo ese ambiente, descrito con exactitud, llega a convertirse en un
espacio imaginario donde se da expresión a todas las inquietudes más profundas
del corazón humano: el deseo, el amor y la muerte, el misterio de la identidad
y el milagro de la creación artística.
Poeta en
Nueva York, es escrito por Federico García Lorca entre 1929 y 1930
durante una estancia de casi nueve meses en el cosmopolita Nueva York de los
años veinte, surge como una revelación para una represiva España, como un
enfrentamiento a su crisis de identidad, lo que le lleva a buscar referentes en
los otros. La Gran Manzana es una mina: el trato a los negros y otras minorías
étnicas, así como las injusticias de la sociedad de consumo propiciada por el
capitalismo le soliviantan y cimientan sus convicciones. Las fiestas privadas,
los locales gays, los nuevos amantes, los dramas de la vida en una urbe volcada
al triunfo o a la derrota le afectan hondamente.
En Periódico Poético te compartimos
una breve muestra de Un poeta en Nueva York, de Federico García Lorca.
III. CALLES Y SUEÑOS
Danza de la muerte
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo viene del África a New
York!
Se fueron los árboles de la pimienta,
los pequeños botones de fósforo.
Se fueron los camellos de carne
desgarrada
y los valles de luz que el cisne
levantaba con el pico.
Era el momento de las cosas secas,
de la espiga en el ojo y el gato
laminado,
del óxido de hierro de los
grandes puentes
y el definitivo silencio del
corcho.
Era la gran reunión de los animales muertos,
traspasados por las espadas de la
luz;
la alegría eterna del hipopótamo
con las pezuñas de ceniza
y de la gacela con una
siempreviva en la garganta.
En la marchita soledad sin honda
el abollado mascarón danzaba.
Medio lado del mundo de arena,
mercurio y sol dormido el otro
medio.
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Arena, caimán y miedo sobre
Nueva York!
* * *
Desfiladeros de cal aprisionaban un cielo vacío
donde sonaban las voces de los
que mueren bajo el guano.
Un cielo mondado y puro, idéntico
a sí mismo,
con el bozo y lirio agudo de sus
montañas invisibles,
acabó con los más leves tallitos del canto
y se fue al diluvio empaquetado
de la savia,
a través del descanso de los
últimos desfiles,
levantando con el rabo pedazos de
espejo.
Cuando el chino lloraba en el tejado
sin encontrar el desnudo de su
mujer
y el director del banco
observando el manómetro
que mide el cruel silencio de la
moneda,
el mascarón llegaba al Wall
Street.
No es extraño para la danza
este columbario que pone los ojos
amarillos.
De la esfinge a la caja de caudales
hay un hilo tenso
que atraviesa el corazón de todos
los niños pobres.
El ímpetu primitivo baila con el
ímpetu mecánico,
ignorantes en su frenesí de la
luz original.
Porque si la rueda olvida su
fórmula,
ya puede cantar desnuda con las manadas
de caballos:
y si una llama quema los helados
proyectos,
el cielo tendrá que huir ante el
tumulto de las ventanas.
No es extraño este sitio para la danza, yo lo digo.
El mascarón bailará entre
columnas de sangre y de números,
entre huracanes de oro y gemidos
de obreros parados
que aullarán, noche oscura, por
tu tiempo sin luces,
¡oh salvaje Norteamérica!, ¡oh
impúdica!, ¡oh salvaje,
tendida en la frontera de la
nieve!
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Qué ola de fango y luciérnaga
sobre Nueva York!
* * *
Yo estaba en la terraza luchando con la luna.
Enjambres de ventanas
acribillaban un muslo de la noche.
En mis ojos bebían las dulces
vacas de los cielos.
Y las brisas de largos remos
golpeaban los cenicientos
cristales de Broadway.
La gota de sangre buscaba la luz de la yema del astro
para fingir una muerta semilla de
manzana.
El aire de la llanura, empujado
por los pastores,
temblaba con un miedo de molusco
sin concha.
Pero no son los muertos los que bailan,
estoy seguro.
Los muertos están embebidos,
devorando sus propias manos.
Son los otros los que bailan con
el mascarón y su vihuela;
son los otros, los borrachos de
plata, los hombres fríos,
los que crecen en el cruce de los
muslos y llamas duras,
los que buscan la lombriz en el
paisaje de las escaleras,
los que beben en el banco
lágrimas de niña muerta
o los que comen por las esquinas
diminutas pirámides del alba.
¡Que no baile el Papa!
¡No, que no baile el Papa!
Ni el Rey,
ni el millonario de dientes
azules,
ni las bailarinas secas de las
catedrales,
ni constructores, ni esmeraldas,
ni locos, ni sodomitas.
Sólo este mascarón,
este mascarón de vieja
escarlatina,
¡sólo este mascarón!
Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,
que ya las ortigas estremecerán
patios y terrazas,
que ya la Bolsa será una pirámide
de musgo,
que ya vendrán lianas después de
los fusiles
y muy pronto, muy pronto, muy
pronto.
¡Ay, Wall Street!
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo escupe veneno de bosque
por la angustia imperfecta de
Nueva York!
Diciembre,
1929.
** * * *
**
ASESINATO
(Dos voces de madrugada en
Riverside Drive)
¿Cómo fue?
—Una grieta en la mejilla.
¡Eso es todo!
Una uña que aprieta el tallo.
Un alfiler que bucea
hasta encontrar las raicillas del
grito.
Y el mar deja de moverse.
—¿Cómo, cómo fue?
—Así
—¡Déjame! ¿De esa manera?
—Sí.
El corazón salió solo.
—¡Ay, ay de mí!
* * * * * * *
CIUDAD SIN SUEÑO
(Nocturno de Brooklyn Bridge)
No duerme nadie por el cielo.
Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y
rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a
morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto
encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto
bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo.
Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio
más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en
la rodilla;
y el niño que enterraron esta
mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a
los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta!
¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para
comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con
el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las
bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le
dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la
llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las
tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que
se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las
mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de
esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y
manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas
de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque
no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene
más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde
iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del
oso,
donde espera la mano momificada
del niño
y la piel del camello se eriza
con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo.
Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo.
Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la
noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que
vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la
calavera de los teatros.
* * * * * * *
PANORAMA CIEGO DE NUEVA YORK
Si no son los pájaros
cubiertos de ceniza,
si no son los gemidos que golpean
las ventanas de la boda,
serán las delicadas criaturas del
aire
que manan la sangre nueva por la
oscuridad inextinguible.
Pero no, no son los pájaros,
porque los pájaros están a punto
de ser bueyes;
pueden ser rocas blancas con la
ayuda de la luna
y son siempre muchachos heridos
antes de que los jueces levanten
la tela.
Todos comprenden el dolor que se
relaciona con la muerte,
pero el verdadero dolor no está
presente en el espíritu.
No está en el aire ni en nuestra
vida,
ni en estas terrazas llenas de
humo.
El verdadero dolor que mantiene
despiertas las cosas
es una pequeña quemadura infinita
en los ojos inocentes de los
otros sistemas.
Un traje abandonado pesa tanto en
los hombros
que muchas veces el cielo los
agrupa en ásperas manadas.
Y las que mueren de parto saben
en la última hora
que todo rumor será piedra y toda
huella latido.
Nosotros ignoramos que el
pensamiento tiene arrabales
donde el filósofo es devorado por
los chinos y las orugas.
Y algunos niños idiotas han
encontrado por las cocinas
pequeñas golondrinas con muletas
que sabían pronunciar la palabra
amor.
No, no son los pájaros.
No es un pájaro el que expresa la
turbia fiebre de laguna,
ni el ansia de asesinato que nos
oprime cada momento,
ni el metálico rumor de suicidio
que nos anima cada madrugada,
Es una cápsula de aire donde nos
duele todo el mundo,
es un pequeño espacio vivo al
loco unisón de la luz,
es una escala indefinible donde
las nubes y rosas olvidan
el griterío chino que bulle por
el desembarcadero de la sangre.
Yo muchas veces me he perdido
para buscar la quemadura que
mantiene despiertas las cosas
y sólo he encontrado marineros
echados sobre las barandillas
y pequeñas criaturas del cielo
enterradas bajo la nieve.
Pero el verdadero dolor estaba en
otras plazas
donde los peces cristalizados
agonizaban dentro de los troncos;
plazas del cielo extraño para las
antiguas estatuas ilesas
y para la tierna intimidad de los
volcanes.
No hay dolor en la voz. Sólo existen
los dientes,
pero dientes que callarán
aislados por el raso negro.
No hay dolor en la voz. Aquí sólo
existe la Tierra.
La Tierra con sus puertas de
siempre
que llevan al rubor de los
frutos.
* * * * * * *
LA AURORA
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas
podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe
en su boca
porque allí no hay mañana ni
esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres
furiosos
taladran y devoran abandonados
niños.
Los primeros que salen comprenden
con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores
deshojados;
saben que van al cieno de números
y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores
sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y
ruidos
en impúdico reto de ciencia sin
raíces.
Por los barrios hay gentes que
vacilan insomnes
como recién salidas de un
naufragio de sangre.
García Lorca, F., (2006), Poeta
en Nueva York, Madrid-España, Ediciones Cátedra.
________________
https://federicogarcialorca.net/index.htm
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/poeta-en-nueva-york-785140/html/
https://elpais.com/elpais/2018/08/06/eps/1533555461_159632.html
[Diego Montes]
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