EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS: ÁLVARO MUTIS

LOS ELEMENTOS DEL DESASTRE

 

Álvaro Mutis (1923 - 2013). Poeta, novelista y periodista colombiano. Pertenece a la saga de escritores que han sabido fabricar un orbe propio, un mundo personalísimo y privado, cuya visión de la vida tiene más de un punto de contacto. Su mundo poético no puede ser abordado de golpe, exige una lenta lectura que familiarice al lector con unos tonos claroscuros, con unos personajes derrotados y exilados de la gloria, requiere la misma morosidad que él ha puesto en cada palabra, en la búsqueda de un lenguaje explosivo, de enumeraciones frecuentes, fuertemente connotado por la magia de la palabra. La pluma de Álvaro Mutis se desliza conscientemente por la prosa y el verso, difuminando las fronteras entre los géneros, practicando intencionadamente desde sus inicios la creación de un mundo unitario donde la poesía y la novela puedan convivir sin fricciones, surgiendo la segunda de la primera como hija natural de un contenido que se desborda paulatinamente.

En su libro Los elementos del desastre, narra una visión de la realidad, de una manera de aprehender esa realidad y evidencian decrepitud, sombras intactas, hilachas y olores que infectan al ser humano y a la cultura de occidente, del mundo. Un mundo roto en sus estructuras y en sus sentimientos. Un mundo plagado, hecho un reguero humano que se encarga de difundir y hacer obedecer las plagas que los consumen, como si de un recuerdo pavoroso se tratara. Hundiéndonos hasta lo oculto y lo evidente de la memoria que curte la realidad del día y la noche humana.

 

Mutis recibió el Premio Nacional de Poesía en Colombia 1983. Premio Xavier Villaurrutia 1988. Orden del Águila Azteca de México en el grado de Comendador 1988. Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1997. Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1997. Premio Cervantes 2001.

 

 

En Periódico Poético te compartimos fragmentos del libro Los elementos del desastre, del escritor colombiano Álvaro Mutis:

 

1

Una pieza de hotel ocupada por distracción o prisa,

cuán pronto nos revela sus proféticos tesoros. El arrogante

granadero, “bersagliere” funambulesco, el rey muerto por

los terroristas, cuyo cadáver despernancado en el coche,

se mancha precipitadamente de sangre, el desnudo tentador

de senos argivos y caderas 1900, la libreta de apuntes y los

dibujos obscenos que olvidara un agente viajero. Una pieza

de hotel en tierras de calor y vegetales de tierno tronco y hojas

de plateada pelusa, esconde su cosecha siempre renovada tras

el pálido orín de las ventanas.

 

 

2

No espera a que estemos completamente despiertos. Entre

el ruido de dos camiones que cruzan veloces el pueblo, pasada

la medianoche, fluye la música lejana de una humilde vitrola

que lenta e insistente nos lleva hasta los años de imprevistos

sudores y agrio aliento, al tiempo de los baños de todo el día

en el río torrentoso y helado que corre entre el alto muro de los

montes. De repente calla la música para dejar únicamente el

bordoneo de un grueso y tibio insecto que se debate en su ronca

agonía, hasta cuando el alba lo derriba de un golpe traicionero.

 

 

3

Nada ofrece de particular su cuerpo. Ni siquiera la esperanza

de una vaga armonía que nos sorprenda cuando llegue la hora

de desnudarse. En su cara, su semblante de anchos pómulos,

grandes ojos oscuros y acuosos, la boca enorme brotada como

la carne de un fruto en descomposición, su melancólico y torpe

lenguaje, su frente estrecha limitada por la pelambre salvaje que

se desparrama como maldición de soldado.

Nada más que su rostro advertido de pronto desde el tren que viaja

entre dos estaciones anónimas; cuando bajaba hacia el cafetal para

hacer su limpieza matutina.

 

 

4

Los guerreros, hermano, los guerreros cruzan países y climas con el

rostro ensangrentado y polvoso y el rígido ademán que los precipita

a la muerte. Los guerreros esperados por años y cuya cabalgata furiosa

nos arroja a la medianoche del lecho, para divisar a lo lejos el brillo de

sus arreos que se pierde allá, más abajo de las estrellas.

Los guerreros, hermano, los guerreros del sueño que te dije.

 

 

5

El zumbido de una charla de hombres que descansaban sobre los bultos

de café y mercancías, su poderosa risa al evocar mujeres poseídas

hace años, el recuento minucioso y pausado de extraños accidentes

y crímenes memorables, el torpe silencio que se extendía sobre las voces,

como un tapete gris de hastío, como un manoseado territorio de aventura…

todo ello fue causa de una vigilia inolvidable.

 

 

6

La hiel de los terneros que macula los blancos tendones

palpitantes del alba.

 

 

7

Un hidroavión de juguete tallado en blanda y pálida

madera sin peso, baja por el ancho río de corriente

tranquila, barrosa. Ni se mece siquiera, conservando

esa gracia blanca y sólida que adquieren los aviones al

llegar a las grandes selvas tropicales. Qué vasto silencio

impone su terso navegar sin estela. Va sin miedo a morir

entre la marejada rencorosa de un océano de aguas frías

y violentas.

 

 

8

Me refiero a los ataúdes, a su penetrante aroma de pino verde

trabajado con prisa, a su carga de esencias en blanda y lechosa

descomposición, a los estampidos de la madera fresca que

sorprenden la noche de las bóvedas como disparos de cazador ebrio.

 

 

9

Cuando el trapiche se detiene y queda únicamente

el espeso borboteo de la miel en los fondos, un grillo

lanza su chillido desde los pozuelos de agrio guarapo

espumoso. Así termina la pesadilla de una siesta sofocante,

herida de extraños y urgentes deseos despertados por el calor

que rebota sobre el dombo verde y brillante de los cafetales.

 

 

10

Afuera, al vasto mar lo mece el vuelo de un pájaro

dormido en la hueca inmensidad del aire.

Un ave de alas recortadas y seguras, oscuras y

augurales, el pico cerrado y firme, cuenta los años que vienen

como una gris marea pegajosa y violenta.

 

 

11

Por encima de la roja nube que se cierne sobre la

ciudad nocturna, por encima del afanoso ruido de

quienes buscan su lecho, pasa un pueblo de bestias

libres en vuelo silencioso y fácil.

En sus rosadas gargantas reposa el grito definitivo

y certero. El silencio ciego de los que descansan sube

hasta tan alto.

 

 

12

Hay que sorprender la reposada energía de los

grandes ríos de aguas pardas que reparten su elemento

en las cenagosas extensiones de la selva, en donde se

crían los peces más voraces y las más blandas y mansas

serpientes. Allí se desnuda un pueblo de altas hembras

de espalda sedosa y dientes separados y firmes con los

cuales muerden la dura roca del día.

 

 

Mutis, A.

_________________

http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/alvaro-mutis.pdf

https://revistas.ucm.es/index.php/ALHI/article/download/ALHI9999120473A/22695/

https://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/biografias/estambul_alvaro_mutis.htm

https://www.librosyletras.com/2013/07/los-elementos-del-desastre-de-alvaro_21.html

[Diego Montes]



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