EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS: IDA VITALE

 LÉXICO DE AFINIDADES

 

Ida Vitale poeta uruguaya miembro de la generación del 45 y representante de la poesía esencialista, es una de las voces poéticas más importantes del mundo hispanoamericano. Destaca por sus labores realizadas en el campo de la crítica literaria, traducción, poesía, ensayo y enseñanza.

Su poesía muestra una continua preocupación por el lenguaje y se inscribe en la tradición de las vanguardias históricas latinoamericanas, siempre atenta a la poesía esencialista e influida por las obras de Juan Ramón Jiménez y José Bergamín. Dicha poesía ha ido publicándose en libros, antologías y recopilaciones desde 1949, y los títulos publicados suman casi la treintena. Toda su producción poética está recogida en Poesía reunida (2017).

La Universidad de la República de Uruguay la nombra en 2010 Doctora Honoris Causa y ha recibido numerosos premios entre los que destacan en 2009 el Premio Octavio Paz, en 2014 el Alfonso Reyes, en 2015 el Reina Sofía, en 2016 se le concedió el XIII Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, en 2017 el Max Jacob, y por último, en 2018, el Premio Cervantes.

 

Léxico de afinidades, obra fundamental en la trayectoria creativa de Ida Vitale, libro de difícil clasificación y de indudable valor y originalidad desde su primera aparición en 1994, el lenguaje poético más rico se une a la prosa más ágil para ofrecer un léxico en orden alfabético que evoca la infancia, la juventud y, también, el porvenir. La prosa de Ida Vitale es lúcida, precisa y riquísima en recursos, lo que le permite moverse en todas las esferas, desde lo cósmico hasta lo próximo y cotidiano, manteniendo el difícil equilibrio de una conciencia lírica singular.

A modo de cajón de sastre, esta es una obra formada por textos breves, observaciones caprichosas, recuerdos y ensoñaciones, poemas ajenos y antojos formales de todo tipo, solo regidos por las leyes secretas de la poesía.

 

 

En Periódico Poético te compartimos una breve muestra poética del libro Léxico de Afinidades, de la escritora uruguaya Ida Vitale.

 

A

afectación

Adolescente, descubrí Brise marine de Mallarmé y quedé

empapada por el acento conclusivo de su célebre primer

verso: La chair est triste, hélas, et j’ai lu tous les livres. Por

ese entonces lo ignoraba todo sobre la tristeza de la carne,

según él la entendía. Disfrutaba del viento asoleado, de

una buena caminata, de los sabores preferidos. Podía sen-

tir, quizás, melancolías metafísicas, incluso morales, no fí-

sicas. Con familia extensa que se había ido descabalando y

con una abuela paterna que iluminaba con regularidad el

altar oral de nuestros difuntos, la muerte no era fácil de

olvidar y aparejaba estados melancólicos. No me faltaron

ejemplos de injusticia y de cobardía ofrecidos por algún pa-

riente que, entre tantos muertos domésticos de buena

fama y añorados, aún seguía vivo, sin duda por descuido

celestial. Era lógico, pues, que me arañara la sospecha de

que la vida adulta ofrece, entre otros misterios, el de una

duplicidad difícil de tolerar y que levantara un andamiaje

ético contra eventuales derrumbes. Pero nada de esto jus-

tificaba la obsesiva modulación de aquel verso que esta-

blecía la tristeza carnal al ritmo hipnótico de sus dos níti-

dos hemistiquios. En cuanto al segundo de éstos, por ese

entonces yo derrochaba lectura, devorando más de lo que

podía asimilar. De caer la tarde sobre el final del libro coti-

diano, las horas hasta la de dormir se me hacían eternas.

¿Qué hacer lejos de esas vidas recién reveladas? Eran mi

verdadero mundo. Al cerrar las tapas sobre personajes de

cuyos sueños, dolores y peripecias me sentía desbordan-

te, era desolador no poder hablar de ellos, encontrarme

entre seres a quienes nada importaba ese paraíso artificial

que acababa de apagarse. Pero, claro, yo no había leído to-

dos los libros. Por el contrario, mi mayor felicidad provenía

de la certeza de que me esperaban en número infinito. Me

lo habían prometido. Al terminar de leer La montaña má-

gica de Thomas Mann, sentí por primera vez la angustia

de haber atisbado un mundo ante el cual seremos siempre

ajenos y cuya revelación ha sido una experiencia conclusa

e irrepetible. Se lo dije al poeta Carlos Sábat Ercasty, nues-

tro profesor de literatura en ese momento, que me aseguró

que me esperaban otros libros que también iba a admirar.

Con ciertas dudas, quise creerle. Después sabría que la es-

critura era inagotable, que todos los libros estaban, estarían

para siempre en la perspectiva del futuro inmediato. Fue

necesario que pasaran muchos años, años que llevan tanto

como traen, para que mermara la obsesión por el libro o el

autor nuevos. Era suficiente dicha releer los pocos pero

doctos. La verdad de Mallarmé no era, pues, mi verdad y

sin embargo aquel verso se entretejía conmigo en un lazo

más estrecho que el que me ataba a otros libros, leídos con

pasión y a veces de inmediato olvidados. Un día me asom-

bró descubrir que Mallarmé tenía apenas treinta y tres

años a la hora de ese verso escéptico. Tampoco él había

leído todos los libros, sin duda, y su carne, aunque triste,

había contribuido ya al nacimiento de una hija.

           

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anafórica

Presente que remite

por más sombra

que luz, hacia el pasado,

sepulcre solide où gît tout ce qui nuit,

en cuyas infinitas cavernas

nos espera el recuerdo

de cómo,

ilusos,

soñamos el futuro.

 

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avance

Sólo se avanza cuando la sonda golpea en lo profundo.

 

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B

baldíos

Dulcísimos cruzan el vagabundeo de la infancia. Ofrecen

de balde su campo de ilusiones que abalanza cielo y tierra,

insectos y pastos y el minuto de codiciada libertad recibe

un sol más venturoso en su espacio de verde irradiante

para la aventura del traspié, del hallazgo imaginario. Por-

que estábamos descubriendo la especie comestible ignota,

salvadora cuando llegara la guerra con sus penurias, de las

que ya teníamos noticias. También la belleza del rojo rici-

no, el sitio para excavar hacia el tesoro, un gajo del árbol

del llanto y de la risa, un guante de conejo, un zueco dimi-

nuto. Todo lo cortaba el aldabonazo del urgente llamado,

pero el corazón vuelve a abrazar aquel mínimo e inocente

reino en la memoria, donde se habla con blanca lengua

lenificante, que tiene el gusto del hinojo, anís humilde,

único hallazgo.

 

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báltica

El corazón soslaya lo probable.

La soledad como una cuerda inútil

se mece

suave

entre la blanca noche.

 

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barca

No sé si por las noches ir hacia el sueño o esperar que ven-

ga a mí. No haber aprendido eso bien me depara una ruti-

na de movedizos insomnios. La quietud con que espero,

desconfiada, el descanso, me lleva a despertar imágenes a

las que les atribuyo poderes reflejos. Corporizo una co-

rriente casi dormida, verdeante y umbrosa y en ella, el ele-

mento principal, una barca con sus remos cruzados, que

me espera. Siempre la veo desde la orilla. Quizás el sue-

ño me gane antes de intentar subir. Quizás temo que al

hacerlo la sacudida inevitable me despabile del todo. O,

como no sé nadar y mis entusiasmos acuáticos son, por lo

mismo, platónicos, es posible que un inconsciente aún re-

presivo se encargue de mantenerme en lo seguro, aunque

mis propósitos, sin duda, no irían más allá de reposar, ten-

dida en la barca (me proporciono un almohadón) a la calma

sombra de un árbol. A ése también lo materializo sin es-

fuerzo: es un sauce, árbol que corresponde a esa privile-

giada situación de primera, fresca fi la. Nunca me propongo

completar los lejos de ese paisaje, innecesarios, dado que

busco un espacio íntimo, privado. En realidad, he produci-

do el detalle ampliado de un cuadro grande y minucioso.

Nunca me concentro lo necesario como para multiplicar

los pormenores. Cuando se quiere dormir, fijar la atención

en algo que empiece a interesarnos es contraproducente.

Pero ya se sabe que cuando nos detenemos en el pedacito

de cielo, sostenido por frondas o esfumadas torres, o en las

flores silvestres o en el perro o en el ave que un pintor

hace nacer en algún rincón de su obra para anular un va-

cío, ese rincón, por arte de vindicativo birlibirloque, usur-

pa la importancia que correspondería a la Virgen, dama

del unicornio o dama de la realidad o lo que se haya pro-

puesto como centro la diligente imaginación de los pintores.

Lo esencial, entonces, es la barca. Así la llamo y no bote,

con lo que le concedo, no fondo detallado pero sí legenda-

rias referencias. Nunca le he añadido barquero, sin duda

porque el ser humano no agregaría paz —búsqueda esen-

cial— y pretendería cumplir sus funciones y llevar barca y

pasajera a alguna parte. La barca parece condensar, quién

sabe desde cuándo, una sed de irresponsabilidad y secre-

to, de grata flotación silenciosa, de ocio sin hastío, de ha-

llazgos sin perturbación. El clima que la envuelve carece

de cambios de temperatura, de mosquitos, de sobresaltos;

admite, sí, cantos de pájaros. Mi barca tiene la esencial vir-

tud de estar en un espacio irreal, accesible sólo a lo benig-

no y desde el cual yo podría, reconfortada, atraer el mundo,

fragmento a fragmento, excusarle sus fealdades, recon-

ciliar me con él, levantarlo al nivel de la ilusión, improba-

ble al despertar.      

 

 

Vitale, I., (2012), Léxico de Afinidades, Ciudad de México, México, Fondo de Cultura Económica.

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http://www.elem.mx/autor/datos/107302

http://estuarioeditora.com/libros/lexico-de-afinidades/

https://www.lecturalia.com/libro/83752/lexico-de-afinidades

https://franciscoalvezfrancese.com/2020/09/04/el-fluir-de-la-pluma-sobre-lexico-de-afinidades-de-ida-vitale/

https://www.culturagenial.com/es/ida-vitale-poemas/

https://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/creadores/vitale_ida.htm

 [Diego Montes]



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