EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS: JUAN JOSÉ ARREOLA
BESTIARIO
Juan José
Arreola (1918 – 2001). Figura imprescindible para el crecimiento y
fortalecimiento de la cultura en México por su trabajo en la formación de la
nueva generación de escritores, por su participación en los medios de difusión,
revistas, libros y programas culturales de televisión, que ensancharon el
horizonte de millones de receptores.
Arreola
es un mundo de referencias literarias universales, es evocar la pasión por el
lenguaje en su máxima posibilidad expresiva, en su sonoridad y sus sentidos
recónditos, es revivir el deleite por la forma, experimentar el placer del
ingenio, la risa y la vitalidad; es memoria, es depositario de una larga
tradición con la que juega, a la que recrea y enriquece. Desempeñó diversos empleos a lo largo de su
vida, tales como encuadernador, corrector editorial, maestro, editor (labor por
la que fue ampliamente reconocido), comentarista en televisión.
En 1979, recibió
el Premio Nacional en Letras. Fue nombrado hijo predilecto de la ciudad de
Guadalajara, obtuvo el Premio Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana y del
Caribe, el Premio Ramón López Velarde o el Premio Jalisco en Letras.
Los
animales de Arreola son bestias amorosas y sus apareamientos son lascivos,
venales, repugnantes. El amalgama ideal, la reconciliación de los opuestos, el
ejercicio de un oficio, la purificación del juego pulverizará a los zoológicos
y unirá a los hombres. Tomando como punto de partida los bestiarios medievales
en los que con espíritu científico se catalogaba y describía la fauna existente
(y la legendaria), Arreola nos expone en Bestiario su particular colección de
animales que, a través de su visión poética e irónica, también (y sobre todo)
le sirve para examinar al ser humano. Bestiario
es una pieza de orfebrería de un escritor imposible de encasillar por su
originalidad y su diversidad, en la que la concisión de los textos no hace sino
aumentar la sorpresa del lector al descubrir un fértil universo de ideas,
imágenes y temas, expresado mediante un lenguaje aparentemente sencillo, pero
rico en matices sintácticos y sonoros.
En
Periódico Poético te compartimos seis cuentos que integran el libro Bestiario,
del escritor mexicano José Juan Arreola.
El
sapo
Salta
de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo
de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado
en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable
crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se
ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en
silencio las primeras lluvias.
Y
un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa,
como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición
de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad
de espejo.
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El búho
Antes
de devorarlas, el búho digiere mentalmente a sus presas. Nunca se hace cargo de
una rata entera si no se ha formado un previo concepto de cada una de sus partes.
La actualidad del manjar que palpita en sus garras va haciéndose pasado en la conciencia
y preludia la operación analítica de un lento devenir intestinal. Estamos ante
un caso de profunda asimilación reflexiva.
Con
la aguda penetración de sus garfios el búho aprehende directamente el objeto y
desarrolla su peculiar teoría del conocimiento. La cosa en sí (roedor, reptil o
volátil) se le entrega no sabemos cómo. Tal vez mediante el zarpazo invisible
de una intuición momentánea; tal vez gracias a una lógica espera, ya que
siempre nos imaginamos el búho como un sujeto inmóvil, introvertido y poco dado
a las efusiones cinegéticas de persecución y captura. ¿Quién puede asegurar que
para las criaturas idóneas no hay laberintos de sombra, silogismos oscuros que
van a dar en la nada tras la breve cláusula del pico? Comprender al búho
equivale a aceptar esta premisa.
Armonioso
capitel de plumas labradas que apoya una metáfora griega; siniestro reloj de
sombra que marca en el espíritu una hora de brujería medieval: ésta es la imagen
bifronte del ave que emprende el vuelo al atardecer y que es la mejor viñeta para
los libros de filosofía occidental.
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La boa
La
proposición de la boa es tan irracional que seduce inmediatamente al conejo, antes
de que pueda dar su consentimiento. Apenas si hace falta un masaje previo y una
lubricación de saliva superficial.
La
absorción se inicia fácilmente y el conejo se entrega en una asfixia sin
pataleo. Desaparecen la cabeza y las patas delanteras. Pero a medio bocado
sobrevienen las angustias de un taponamiento definitivo. En ayuda de la boa
transcurren los últimos instantes de vida del conejo, que avanza y desaparece
propulsado en el túnel costillar por cada vez más tenues estertores.
La
boa se da cuenta entonces de que asumió un paquete de graves responsabilidades,
y empieza la pelea digestiva, la verdadera lucha contra el conejo. Lo ataca
desde la periferia al centro, con abundantes secreciones de jugo gástrico, embalsamándolo
en capas sucesivas. Pelo, piel, tejidos y vísceras son cuidadosamente tratados
y disueltos en el acarreo del estómago. El esqueleto se somete por último a un
proceso de quebrantamiento y trituración, a base de contracciones y golpeteos
laterales.
Después
de varias semanas, la boa victoriosa, que ha sobrevivido a una larga serie de
intoxicaciones, abandona los últimos recuerdos del conejo bajo la forma de pequeñas
astillas de hueso laboriosamente pulimentadas.
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La
hiena
Animal
de pocas palabras. La descripción de la hiena debe hacerse rápidamente y casi
como al pasar: triple juego de aullidos, olores repelentes y manchas sombrías. La
punta de plata se resiste, y fija a duras penas la cabeza de mastín rollizo,
las reminiscencias de cerdo y de tigre envilecido, la línea en declive del
cuerpo escurridizo, musculoso y rebajado.
Un
momento. Hay que tomar también algunas huellas esenciales del criminal: la hiena
ataca en montonera a las bestias solitarias, siempre en despoblado y con el hocico
repleto de colmillos. Su ladrido espasmódico es modelo ejemplar de la carcajada
nocturna que trastorna al manicomio. Depravada y golosa, ama el fuerte sabor de
las carnes pasadas, y para asegurarse el triunfo en las lides amorosas, lleva un
bolsillo de almizcle corrompido entre las piernas.
Antes
de abandonar a este cerbero abominable del reino feroz al necrófilo entusiasmado
y cobarde, debemos hacer una aclaración necesaria: la hiena tiene admiradores y
su apostolado no ha sido vano. Es tal vez el animal que más prosélitos ha
logrado entre los hombres.
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El hipopótamo
Jubilado
por la naturaleza y a falta de pantano a su medida, el hipopótamo se sumerge en
el hastío.
Potentado
biológico, ya no tiene qué hacer junto al pájaro, la flor y la gacela. Se aburre
enormemente y se queda dormido a la orilla de su charco, como un borracho junto
a la copa vacía, envuelto en su capote colosal.
Buey
neumático, sueña que pace otra vez las praderas sumergidas en el remanso, o que
sus toneladas flotan plácidas entre nenúfares. De vez en cuando se remueve y resopla,
pero vuelve a caer en la catatonía de su estupor. Y si bosteza, las mandíbulas disformes
añoran y devoran largas etapas de tiempo abolido.
¿Qué
hacer con el hipopótamo, si ya sólo sirve como draga y aplanadora de los terrenos
palustres, o como pisapapeles de la historia? Con esa masa de arcilla original dan
ganas de modelar una nube de pájaros, un ejército de ratones que la distribuyan
por el bosque, o dos o tres bestias medianas, domésticas y aceptables. Pero no.
El hipopótamo es como es y así se reproduce: junto a la ternura hipnótica de la
hembra reposa el bebé sonrosado y monstruoso.
Finalmente,
ya sólo nos queda hablar de la cola del hipopótamo, el detalle amable y casi
risueño que se ofrece como único asidero posible. Del rabo corto, grueso y aplanado
que cuelga como una aldaba, como el badajo de la gran campana material. Y que
está historiado con finas crines laterales, borla suntuaria entre el doble cortinaje
de las ancas redondas y majestuosas.
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Aves
acuáticas
Por
el agua y en la orilla, las aves acuáticas pasean: mujeres tontas que llevaran con
arrogancia unos ridículos atavíos. Aquí todos pertenecen al gran mundo, con zancos
o sin ellos, y todos llevan guantes en las patas.
El
pato golondrino, el cucharón y el tepalcate lucen en las plumas un esplendor de
bisutería. El rojo escarlata, el azul turquesa, el armiño y el oro se prodigan
en juegos de tornasol. Hay quien los lleva todos juntos en la ropa y no es más
que una gallareta banal, un bronceado corvejón que se nutre de pequeñas
putrefacciones y que traduce en gala sus pesquisas de aficionado al pantano.
Pueblo
multicolor y palabrero donde todos graznan y nadie se entiende. He visto al
gran pelícano disputando con el ansarón una brizna de paja. He oído a las
gansas discutir interminablemente acerca de nada, mientras los huevos ruedan
sobre el suelo y se pudren bajo el sol, sin que nadie se tome el trabajo de
empollarlos. Hembras y machos vienen y van por el salón, apostando a quién lo
cruza con más contoneo. Impermeables a más no poder, ignoran la realidad del
agua en que viven.
Los
cisnes atraviesan el estanque con vulgaridad fastuosa de frases hechas, aludiendo
a nocturno y a plenilunio bajo el sol del mediodía. Y el cuello metafórico va
repitiendo siempre el mismo plástico estribillo… Por lo menos hay uno negro que
se distingue: flota al garete junto a la orilla, llevando en una cesta de
plumas la serpiente de su cuello dormido.
Entre toda esta gente, salvemos a
la garza, que nos acostumbra a la idea de que sólo sumerge en el lodo una pata,
alzada con esfuerzo de palafito ejemplar. Y que a veces se arrebuja y duerme
bajo el abrigo de sus plumas ligeras, pintadas una a una por el japonés
minucioso y amante de los detalles. A la garza que no cae en la tentación del
cielo inferior, donde le espera un lecho de arcilla y podredumbre.
Arreola, J. J., (2012), Bestiario, Ciudad de México, México, Booket México.
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http://www.elem.mx/autor/datos/73
https://www.lecturalia.com/autor/3990/juan-jose-arreola
https://www.lecturalia.com/libro/60376/bestiario
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