EL SIGNIFICADO DE (NO) SER MUCHOS: MAROSA DI GIORGIO

HISTORIAL DE LAS VIOLETAS

 

Marosa Di Giorgio (1932 – 2004). Poeta uruguaya. Es una de las voces mayores de la lírica y la narrativa latinoamericanas, cuya obra respondió siempre a las exigencias de su mundo interior, donde la naturaleza, la magia, la mitología y el misterio, se convirtieron en importantes protagonistas. Publicó su primer libro, Poemas (1954). Luego le siguieron Humo (1955), Druida (1959), Historial de las violetas (1965), Magnolia (1968), La guerra de los huertos (1971), Está en llamas el jardín natal (1975) y Los papeles salvajes (2008), al cual la etiqueta de “Edición definitiva” le corresponde solo por haber sido publicada cuatro años después de la muerte de la autora. Con Misales (1993) inauguró sus libros de relatos eróticos, seguido por Camino de las pedrerías (1997) y Rosa mística (2003). En 1999 publicaría Reina Amelia, su única novela.

Di Giorgio recibió la Beca Fullbright, así como numerosos premios, incluyendo, en 2001, el Primer Premio del Festival Internacional de Poesía de Medellín.

 

Historial de las violetas (premio del Ministerio de Educación y Cultura 1965), es considerado como culminaciones artísticas de una singularidad sin antecedentes. Su trasmutación de la realidad, analogías, dimensiones, es un compromiso lírico como con una serie de variantes experimentales de la poesía de los años sesenta. Los textos de Marosa Di Giorgio son híbridos: están invariablemente construidos como pequeños poemas en prosa que, al encadenarse en una serie aleatoria, sugieren una novela poética. Lo que se anticipa, lo que ocurre, no es previsible según una perspectiva humanista o humanizadora. Los poemas conformados a partir de algunos elementos centrales como la infancia, la naturaleza, la casa, la madre, el padre, la abuela nos producen un estado de fascinación; los escuchamos con todo el cuerpo, con los sentidos desplegados.

 

Marosa escribiría y se corregiría leyendo en voz alta, cuidando el ritmo:

“Escribo echada sobre mis almohadas. Los ojos medio cerrados. Es un acto un poco nupcial”.

 

 

En Periódico Poético te compartimos una breve muestra del libro Historial de las violetas, de la escritora uruguaya Marosa Di Giorgio.

 

 

 

I

 

Me acuerdo del atardecer y de tu alcoba abierta ya, por donde ya penetraban los vecinos y los ángeles. Y las nubes —de las tardes de noviembre- que giraban por el suelo, que rodaban. Los arbolitos cargados de jazmines, de palomas y gotas de agua. Aquel repiqueteo, aquel gorjeo, en el atardecer.

Y la mañana siguiente, con angelillas muertas por todos lados, parecidas a pájaros de papel, a bellísimas cáscaras de huevo.

Tu deslumbrador fallecimiento.

 

**     * * *     **

 

II

Cuando miro hacia el pasado, sólo veo- cosas desconcertantes: azúcar, diamelas, vino blanco, Vino negro, la escuela misteriosa a la que concurrí durante cuatro años, asesinatos, casamientos en los azahares, relaciones incestuosas.

Aquella Vieja altísima, que pasó una noche por los naranjales, con su gran batón y su rodete.

Las mariposas que, por seguirla, nos abandonaban.

 

**     * * *     **

 

IV

Es la noche de las azucenas de diciembre. A eso de las diez, las flores se mecen un poco. Pasan las mariposas nocturnas con piedrecitas brillantes en el ala y hacen besarse a las flores, enmaridarse. Y aquello ocurre con sólo quererlo. Basta que se lo desee para que ya sea. Acaso sólo abandonar las manos y las trenzas. Y así me abro a otro paisaje y a otros seres. Dios está allí en el centro con su batón negro, sus grandes alas y los antiguos parientes, los abuelos. Todos devoran la enorme paz como una cena. Yo ocupo un pequeño lugar y participo también en el quieto regocijo.

Pero, una vez mamá llegó de pronto, me tocó los hombros y fueron tales mi miedo, mi vergüenza, que no me atrevía a levantarme, a resucitar.

 

**    * * *     **

 

VI

Aquel verano la uva era azul —los granos grandes, lisos, sin facetas—, era una uva anormal, fabulosa. de terribles resplandores azules. Andando por las veredas entre las vides se oía de continuo crecer los granos en un rumor inaudito.

Y en el aire había siempre perfume a violetas.

Hasta las plantas que no eran de vid daban uvas. Llegaron mariposas desde todos los rumbos, las más absurdas, las más extrañas; desde los cuatro rumbos, llegaron los gallos del bosque con sus anchas alas, sus cabezas de oro puro. (Mi padre se atrevió a dar muerte a unos cuantos y se hizo rico).

Pero, salía uva desde todos los lados. Hasta del ropero —antigua madera- surgió un racimo grande, áspero, azul, que duró por siempre, como un poeta.

 

**     * * *     **

 

XV

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio; otros, con un breve alarido, un leve trueno. Unos son blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma, la estatua a una paloma; otros son dorados o morados. Cada uno trae —y eso es lo terrib1e— la inicial del muerto de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne levísima es pariente nuestra.

Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y empieza la siega. Mi madre da permiso. El elige cómo un águila. Ese blanco como el azúcar, uno rosado, uno gris.

Mamá no se da cuenta de que vende a su raza.

 

**     * * *     **

 

XVII

Soy siempre la misma niña a 1a sombra de los durazneros de mi padre. Los duraznos ya están oscuros, ocres y rosados, ya muestran los finos dientecillos, la larga lengua de oro, las manzanas y las peras aún son verdes; en su follaje me refugio. Pero, espío hacia la casa, escucho las conversaciones, las fogatas, veo llegar de visita, los parientes, los vecinos; pasa de largo el humo arriba de los pinos; resuena la campana del té.

Y yo estoy allí oculta en medio de 1a fronda. Los duraznos son como siniestros pimpollos de rosa.

 

**     * * *     **

 

XX

Las margaritas abarcaron todo el jardín; primero, fueron como un arroz dorado; luego, se abrían de verdad; eran como pájaros deformes, circulares, de muchas alas en torno a una sola cabeza de oro o de plata. Las margaritas doradas y plateadas quemaron todo el jardín. Su penetrante perfume a uvas nos inundó, el penetrante perfume a uvas, a higo, a miel, de las margaritas, quemó toda la casa. Por ellas, nos volvíamos audaces, como locos. como ebrios. E íbamos a través de toda la noche, del alba, de la mañana, por el día, cometiendo el más hermoso de los pecados, sin cesar.

 

**     * * *     **

 

XXVIII

Afuera ruge el bosque; adentro está la fiesta; los hombres y las mujeres van de una pared a otra, las muchachas más leves que abanicos. Mi madre conserva su esbeltez niña, mi padre la corteja, hace años que aguarda el sí o el nó, esa palabra como una joya final que ella no dará nunca; mi padre la corteja aunque ya ardió muchas veces la vara de manzano y tienen hijos casi donceles. Hasta que empieza el vals y esos rostros comienzan a hamacarse y mi madre es la estatua hacia la que miran todas las conquistas.

Y el pavo —degollado hace una hora, su cabeza como una joya, de cualquier parte—se envanece, se pavonea porque se bebió todas las nueces y un jacinto de caña.

Y yo estoy en este otro lado, inmóvil, junto a esa ave ebria.

Y ruge el bosque y la luna da órdenes; y sólo mamá es el Amor.

 

**     * * *     **

 

XXIX

A los diez años

yo era aquella alta niña rubia

al pie de las parvas de papas que mi padre

[levantaba

cerca de los rosales y la luna.

Ardían las legumbres, la paja de oro, los caballos

[blancos desconocidos,

que, a la tarde, venían a visitarnos,

la cabellera hasta el suelo, igual a la mía,

los ojos como medallones con zafiros,

la boca llena de tremendas perlas,

iban arriba de la tarde,

encima de la noche de rocío;

ellos eran como reyes, soldados

de una Victoria en la que no teníamos parte;

No sé si eran cincuenta o sólo uno,

nunca pude contarlos,

pasaban como nubes, como sueños;

rompieron el corazón de porcelana de la huerta,

se asomaban a mirarles las lechuzas, los gigantes,

pero, cabían en mis manos,

galoparon, dulcemente,

adentro de los aparadores de la abuela.

 

**     * * *     **

 

XXXV

Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos, —rosanieves de la tierra, de los huertos—, de marmolina, de la porcelana más leve, los repollos con los niños dentro.

Y las altas acelgas azules.

Y el tomate, riñón de rubíes.

Y las cebollas envueltas en papel de seda, papel

de fumar, como bombas de azúcar, de sal, de alcohol.

Los espárragos gnomos, torrecillas del país de los gnomos.

Me acuerdo de las papas, a las que siempre, plantábamos

en el medio un tulipán.

Y las víboras de largas alas anaranjadas.

Y el humo del tabaco de las luciérnagas —que fuman sin

reposo.

Me acuerdo de la eternidad.

 

 

Di Giorgio, M., (1965), Historial de las violetas, Montevideo, Uruguay, Aquí poesía.

________________________

https://www.letraslibres.com/mexico/acerca-marosa-di-giorgio

http://amediavoz.com/digiorgio.htm

https://www.eternacadencia.com.ar/blog/libreria/fondo-celeste/item/la-florecida.html

https://herder.com.mx/es/autores-writers/marosa-di-giorgio

http://bibliotecadigital.bibna.gub.uy:8080/jspui/bitstream/123456789/60401/1/16.pdf

 [Diego Montes]



Comentarios

Entradas populares