Ecos en la habitación | Sobrevivir a la infancia
Ecos en la habitación
Sergio H. García
Sobrevivir a la infancia
En El desencanto, documental dirigido por Jaime Chávarri y que retrata
los rostros, visiones y manías de la familia Panero, el poeta Leopoldo María,
aún sin consumirse en los estragos de la locura, las drogas y la edad, sale a
relucir entre los cuestionamientos de su madre sobre lo que le significa la
infancia. El poeta dice: «Certificando lo de los añitos, diré que durante la
infancia vivimos y que después sobrevivimos», ante tal respuesta nadie podría
quedar ajeno y yo supongo que todos los que estén leyendo esto tendrán una
opinión, quizá todas las opiniones sean distintas y únicas, puesto a que todos
vivimos y percibimos la infancia desde trincheras con profundidades y tierras
diferentes. Es decir, dudo que la visión particular de un poeta, hijo de poetas
y burócratas españoles de la segunda mitad del siglo xx, sea idéntica a la de un diseñador mexicano, o la de un
maestro chileno, o a la de un músico. Quizá me equivoque.
En 2005, varias décadas después de que Panero dijera para
las cámaras de Chávarri lo que hoy es una de sus frases más reconocidas, Manuel
García, cantautor chileno, sacó ante los ojos y oídos del mundo, su álbum Pánico que incluye trece canciones, entre
ellas El viejo comunista, una canción
con una obvia y clara dedicación a Silvio Rodríguez, el padre musical de tanto
cantautor y trovador. La canción es distinta, en esta no se habla de Silvio
como un guerrillero, o como un cantante, no nos dice nada que no sepamos de él.
Es todo lo contrario; nos habla de cosas que jamás nos preguntamos, como bien
puede ser lo que se siente envejecer, la soledad (tal vez) de un cigarro fumado
frente a la ventana mientras llueve, los mensajes de su pasado en forma de
recuerdo y los dolores del abandono.
Hay un par de versos de Manuel en El Viejo Comunista que conmueve siempre hasta las lágrimas:
«Recordó la
esquina de su casa
Cuando dijo adiós
y vio a su madre que lloraba (bis)
Y ahora en sus
ojos también llueve
Pues le sorprende
que aún le duele
Los años, la vida,
su amor»
En estas 5 líneas llenas de fuerza, Manuel García nos
revela la humanidad del viejo: primero le da una historia, un origen, en el
primer verso cuando recuerda la esquina de su casa; una esquina que quizá uno
puede imaginar que era donde se jugaba con la pelota y los amigos, donde quizá
se dio el primer beso o quizá se recibió algún regalo, y además al ser un
recuerdo le brinda un carácter nostálgico. Pero no todas las nostalgias saben a
fresa, chocomilk y calor. Esta es
amarga. Para el segundo verso, el cantante nos abre los ojos ante la tragedia
de decir adiós (quien sabe hasta cuándo) y que las condiciones de esta despedida sean tan
complicadas que lo único que se recuerde es el momento que rompe el llanto de
la madre. En el tercer verso viene el dolor y Manuel García nos hace una
metonimia con las lágrimas y la lluvia que ya se había mencionado anteriormente
en la canción diciendo «Ahora en sus ojos también llueve», revelando uno de los
dolores más pesados en esta canción: la nostalgia. Nostalgia reafirmada en el
cuarto verso que, además de origen, tragedia, dolor, le brinda experiencia y
sabiduría con su «los años, la vida, su amor» del quinto verso.
Cómo vemos Manuel García en El Viejo Comunista, nos plantea un personaje que se desarrolla
dentro de la misma canción, sin necesidad de ser una canción-crónica o un
corrido, es decir, en sí no es una historia contada como bien lo hace Nacho
Vegas. Esta es una historia a temporal, como bien lo puede ser la poesía y como
bien lo hace Héctor Rodríguez en Donde Fui
Feliz, una canción que también se habla del cambio, de la nostalgia y del
dolor. Cuántos de nosotros no nos hemos querido regresar a los años en los que
uno sonreía y jugaba como un acto natural y el mundo parecía girar lento, y a
nosotros no importarnos esto ni nada. Esta época en la que llegada la hora
encendías el televisor para poder ver las caricaturas o te despertabas
tempranos para comer cereal frente a la televisión mientras Goku se transformaba en Súper Sayajín fase 3, o ver Naruto o los Power Rangers. Un poco de eso va la canción de Héctor, pero sin
tanta hipérbole como las que su servidor es habitual.
Durante la primera estrofa, Héctor canta:
«Vi pasar las lunas,
una a una
Se escurrió en mis miedos la ilusión
Diluyéndome sin pena alguna
Vi mis pies pequeños caminar, en otra dirección
Dejé de confiar
tanto en la gente
No supe salvarme
del dolor
Tuve que jugar a
ser valiente
Me embistió de
golpe el ser mayor»
La primera línea, igual que con el viejo comunista, nos
da un origen, una historia para el personaje lírico: Vi pasar las lunas una a
una, es una forma metafórica de decir que pasó el tiempo y este cambió, como lo
dice en el segundo verso se le escurrió la ilusión de los miedos, es decir, las
ilusiones de la infancia no sobrevivieron al tiempo, pero sí quedaron los
miedos, quizá crecieron hasta modificar o, como lo dice Héctor, diluyendo la esencia
de la quien se era y así mismo, tomar decisiones y caminos incongruentes.
La segunda estrofa habla de la desconfianza que generan
las heridas y el miedo; las traiciones. En la segunda línea, nos deja claro
algo que todos podríamos confirmar «No supe salvarme del dolor» y para la
cuarta entendemos que se habla de una infancia ya pasada, alejada, en la
nostalgia.
Para la tercera estofa o el estribillo, hay un cambio de
ritmo: el blues que suave cambia a uno más marcado, con mayor poder en lo que
toca y tiene qué, porque lo que ahora canta Héctor, aunque no lo parezca, tiene
mucha mayor fuerza que lo que se había cantado antes. El canta, también, con
mayor bravío; el gruñe:
«Los sueños rotos,
las mariposas, el sabor
Mi madre en la puerta, el niño se fue y no volvió»
De nuevo aparece la partida como un hecho doloroso, de
nuevo una madre se queda en la puerta y de nuevo es cuando la canción adquiere
mayor poderío. Ahora, viendo lo que escribió Héctor, él realizó una regla de
tres, esta consiste en hacer una repetición y después romper esta repetición
con algo que nos saque del campo semántico, como consecuencia tenemos versos
tan evocadores como el primero de estas dos líneas. Héctor primero menciona los sueños rotos, una imagen intangible,
sin forma, pero dolorosa; las mariposas,
reales tangibles, las podemos ver e imaginas revoloteando a nuestro alrededor;
ambas imágenes, tanto las mariposas como los sueños los podemos entender dentro
de la infancia, de los juegos y Héctor rompe esta regla de tres con el sabor, una imagen intangible, que ni
siquiera está completa, porque ¿sabor a qué?, ¿de quién?, ¿en qué momento? Pero
no es necesario. Entendemos que hay un sabor amargo entre los sueños rotos y la
ensoñación o la ilusión de las mariposas que se rompe por la llegada de ser
mayor.
«No supe en que
momento me perdí
Cambié el sentido de mi libertad
Los sueños de otra gente perseguí
Hay días, en que quiero regresar
Al patio con mi perra y el balón
A ver una vez más la lluvia así
Como un portal de dulce salvación
Volver al sitio donde fui feliz»
En la segunda parte del estribillo, el cantante nombra de
las cosas que se alejó al crecer, retoma la idea de los errores cometidos al
mencionar el sentido de la libertad y los caminos ajenos tomados como propios y
vuelve, aunque sea cuatro líneas y un par de segundo a un patio, a la lluvia y
donde de seguro, como dice la Chávela, amó la vida.
Al final esto es lo que cuenta: amar la vida ya sea desde
la nostalgia, el cariño o acción, pero amarla, porque en ambas canciones los
cantantes se lamentan y se duelen por su infancia, por sus sitios de felicidad.
Ambos cantantes recuerdan haber dejado el nido y a ambos les curtió la piel el
mundo: El viejo comunista lo refleja lloviéndose
en los ojos y en la canción de Héctor se gruñe la voz para no llorar. La
infancia fue una nube de algodón que se escapó con los días.
En fin, ya lo dijo Panero hace tantos años.
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