La cumbia: orgullo y vida | Franco García

 


La cumbia: orgullo y vida

He de confesar que la cumbia pertenece a mis géneros musicales apasionantes, en especial la que se escucha en las costas de Guerrero. Ante ella nadie se resiste a sus encantos. Por muy triste o enojado que te encuentres, cuando la escuchas no dejas de mover, por lo menos, los pies. Es uno de los géneros musicales más representativo del estado, con un estilo muy peculiar y se baila/escucha en las playas, en los antros, en los urbanos, en las calles, en los mercados o supermercados, en los tianguis, en los parques y hasta en las cantinas. Existen un sinfín de agrupaciones de ambas costas que logran que los guerrerenses se sientan orgullosos de vivir en el sur, tales como Acapulco Tropical, Fiesta 85, Apache 16, Mike y su corazón, La Luz Roja de San Marcos, Organización Magallón, Los Karkis, Bertín Gómez y su condesa, entre otras. Asimismo, existe mucha pobreza y violencia, pero eso no impide que la población deje de bailar u organizar fiestas. Ya lo decía Octavio Paz en el Laberinto de la soledad: “El mexicano es fiestero por naturaleza”. Algo así. Sólo lo parafraseo. Provengo de una familia que goza de bailar y cantar a la muerte, pobreza o enfermedad. Lo llevo en la sangre. Dentro de mis recuerdos infantiles son, precisamente, los bailes en los salones y en las calles de Coyuca de Benítez, donde las bocinas sonaban a todo galope y la gente no paraba de bailar hasta el amanecer. Celebrar a la vida con unos pasos dobles te ayuda a olvidar del estrés, ansiedad o depresión. Es cuestión de coordinar el cuerpo con el corazón. Bailar una cumbia suele ser un acto poético y necesario. Es rozar una piel, mirarse en otros ojos, aspirar un aroma fresco, vibrar con las melodías, con la voz del intérprete. De acuerdo con la revista México Desconocido, “la llegada de la cumbia a México es relativamente reciente. En la década de 1940 predominaban los ritmos cubanos dentro de la categoría de ‘música tropical’, mismos que eran difundidos gracias a la Época de Oro del cine mexicano. No fue sino hasta la llegada de Luis Carlos Meyer, músico colombiano, en la década de 1970, que la cumbia inició su camino de arraigo en México”. En el caso nuestro, un claro ejemplo es el de Aniceto Molina, quien llegó a vivir a la Costa Chica y trajo el vallenato y lo fusionó con los sonidos de la zona afromexicana. Perteneció a la Luz Roja, obtuvo el mote del Tigre Sabanero y con el acordeón impuso su reinado musical. Después de él, nada será igual en la música regional del estado. En mi opinión: un grande entre los grandes acordeonistas mexicanos, aunque su reconocimiento es menor. Cabe mencionar que a Colombia y a Guerrero no sólo los caracteriza el narcotráfico y las guerrillas, sino también la cumbia, el baile, la fiesta. Excepto que en la tierra del Gabo impera más la salsa. De algún modo no dejamos de ser latinos violentos y calientes. Por otra parte, Acapulco Tropical hizo lo propio. Nos dio fama nacional, heredándonos sus más logrados éxitos: “¡Qué bien que toca, Acapulco Tropical!” o “¡Ay, cangrejito playero!”. Pura arrechera tropical, un show a puro sudor, vaya. Seamos sinceros: la cumbia ha tenido mayor difusión gracias a las clases baja y media y son ellas quienes la han puesto en la cumbre de la cultura mexicana. Así que nació en los barrios, en las costas, en las fronteras, en las cantinas o bares. Con los negros, indígenas, mulatos, mestizos, despreciados, desempleados, ociosos. Como alternativa al rock, al bolero, al corrido, al mambo, al jazz, al blues. Paréntesis: es curioso que el jazz y el blues nacieran con los negros de Estados Unidos y su boom haya fascinado a muchos intelectuales o artistas. De ahí que las clases baja y media de los estados pobres de nuestro país a la cumbia la disfruten con más pasión, se identifiquen con las letras, con los marimbas, con los timbales, con los bongós, con el saxofón, con las guitarras, con el acordeón, con las trompetas, con los bajos, con las congas, con la batería, con los teclados. Las hay para toda ocasión, según el estado de ánimo. Porque con cada canción existe una historia, un lamento, una pachanga, un fandango que nos hace disfrutar el presente, cual espectáculo fuese. Sonreír pese a todo lo que nos atormenta y devolverle una carcajada a la muerte. Si Karl Marx argumentaba que la religión era el opio del pueblo, bueno, la cumbia es el mío. Por tanto, en el estado de Guerrero puede considerarse un tributo a nuestros sentimientos, a nuestros antepasados/seres queridos, a nuestras carencias económicas, a nuestra esperanza o a nuestra felicidad efímera. Una tradición al rojo vivo. Y no se requiere ser experto para bailarla, simplemente hay que dejarse llevar como río al mar, como fogata que arde en medio de la oscuridad.  


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Franco García (Coyuca de Benítez, 1987). Economista por la UNAM. Actualmente radica en la Ciudad de México. Ha publicado en Punto de partida, Punto en línea, Ágora, Opción, Mono, La otra voz, Trinchera, Acapulco cultura, Minificción, Monolito, Rankia, Palabrerías, Capote, Enpoli, Sputnik, entre otras. Parte de su obra ha aparecido en antologías de minificciones y cuentos.



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