Laura | Jorge Cappa

 


LAURA

                                                                                                                             

Él la mira hipnotizado, la escucha, la observa, se enreda en su sonrisa y apenas pestañea. Le atrapa su expresiva manera de hablar y le gusta la forma delicada con que mueve las manos. Es, indudablemente, una chica con estilo.

El borrador del guion comienza a ruborizarse en la mesa mientras el camarero le trae otro café que ahora, aún en silencio, le sabe más dulce que el anterior. Con la mano izquierda se rasca la cara sin apartar la vista de enfrente.          Ella sigue hablando al mismo tiempo que juega a desenredarse el pelo. En el hueco que queda entre sus frases, le mira. Y él no hace nada por esquivarla. Se pierde en la senda que recorre su media melena, se aferra a su críptico aroma, camina por su jardín voluptuoso, planta en secreto su semilla y, en las huellas que dibuja el calor de esa tierra, se encuentra.  

No aparta la mirada, sus ojos arden abrazados a esa luz, su corazón se ensancha y su mente se va con ella. Es agosto pero casi no hace frío cuando, desatados y juntos, despegan y vuelan muy alto. Se alejan.

 

Es una tarde soleada y pasean por un parque grande y verdoso que rodea a un estanque, mientras su mutua timidez se va acercando poco a poco a la frontera. La brisa roza ligeramente la blusa de ella, se cuela entre un botón desabrochado y él, encendido, no puede parar de hablar. Se ha hecho de noche y van a cenar a un pequeño restaurante italiano del centro.


Es un sitio coqueto, cómodo y de paredes amarillas donde la pasta es casera y sabe deliciosa. Él le explica de qué trata el cortometraje que está escribiendo    y ella le cuenta con entusiasmo algunos de sus sueños pendientes: quiere recorrer el este de África y desea abrir una pequeña clínica junto a varias amigas. Hablan de sus películas favoritas, recuerdan los diálogos de algunas escenas y ella se ríe, se ríe mucho, muchas veces. Él la mira callado y enmarca con fervor el brillo inagotable que desprende su sonrisa. Hacía mucho tiempo que no sentía ese cosquilleo rodando por su cuerpo, del pecho hacia las piernas y del estómago hacia la garganta.


Cuando ya ha llegado la madrugada se besan inevitablemente junto a un portal, muy despacio, muy suavemente, mientras sus manos juegan entrelazadas a encontrarse. Ella le susurra algo al oído y él se recrea en el envolvente olor a menta que recorre su nuca.          


A las dos semanas de quedar se la presenta a sus amigos y en apenas un mes y medio ya conoce a sus padres. Se ven casi todos los días, no dejan de hacer el amor y van a menudo al cine, a cenar, a bailar tango. Les encanta pasear de noche y siempre se están haciendo bromas. Se escapan un fin de semana a Bariloche y más tarde aprovechan unos días libres para viajar al norte de Brasil. Llevan saliendo seis meses y ya planean irse a vivir juntos. Al menos él.

 

Acaba de apurar el café y aún se le atraganta el silencio entre la boca. Sus ojos buscan auxilio en la taza. Sigue sentado, sujetando un bolígrafo azul con su mano derecha. Ella continúa mirándole a lo lejos pero, tras un rato, su sonrisa viva y juguetona se va apagando cuando se pone de pie, agarra su campera en la barra y camina despacio, junto a su amiga, hacia la puerta del bar.     

                                     

Por un instante, él se levanta y corre a buscarla decidido, le toca en la espalda, se presenta y la invita a quedar otro día. Es una ráfaga que recorre su mente de forma tan intensa como fugaz. Su corazón se revuelve y le golpea con fiereza en el tórax pero sus pies están clavados en el suelo, como cómplices de un destino inexorable. Deja su bolígrafo sobre la mesa, estira las piernas y se recuesta ligeramente en la silla. Tiene claro que aquella chica tan preciosa debe llamarse Laura, acaba de terminar la carrera de Medicina y es la mediana de tres hermanas. Imagina que escucha canciones de Los Rodríguez, que sale a patinar cuando está de vacaciones en Monte Hermoso y que en su adolescencia jugó al básquet y anotaba muchos puntos. Está convencido de que le apasiona la comida italiana y de que le gustaría ver alguno de sus cortos. Por lo menos el último.

                                

Mientras observa por el ventanal del bar la estampa de una luna menguante que parece navegar, tiene el repentino deseo de darle un abrazo.                                                   

Y ahí, atado a la soledad de su mesa, enredado entre las vívidas páginas de su guion, cierra los ojos y nota el calor de su pecho apretado con el suyo.             El mundo, su mundo, se detiene.                                                  

Por un instante, durante unos días que se convierten en años, está seguro de que Laura habría sido la mejor novia que pudo tener jamás.          

 

 


·        *Este cuento forma parte de “Derivas urbanas 2020”, antología del Festival de Narrativa de Bahía Blanca (Argentina, 2020).     




   Jorge Cappa (Madrid, España, 1979) es escritor. Licenciado en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Máster en gestión cultural en la Universidad Carlos III de Madrid. Su primer libro se tituló `Sueños en el aire´ (Chiado Editorial, 2017) y está compuesto por poemas y letras de canciones. Un segundo libro, también de poesía, se titula `Lumbre de marfil´ (Ediciones Seshat, 2022). Además, también escribe cuentos, microrrelatos y haikus. Más de 90 de sus textos literarios han sido premiados, galardonados o seleccionados en certámenes y convocatorias de once países. Poemas suyos han sido publicados en una treintena de revistas culturales de nueve países. Su página de escritor en facebook es: https://www.facebook.com/cappajorge .

                 

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