Mística tras una luminosa canción de amor | Sergio H. García
Mística tras una luminosa canción de amor
Sergio H. García
daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne
Gonzalo
Rojas
Desde que recuerdo,
febrero es un mes mercantil donde el capitalismo nos inunda con corazones rojos
gigantes hechos de alguna tela peluda y rellenos de cualquier cosa que se pueda
esponjar; tazas con chocolates y cartulinas con piolines, hechas por
adolescentes que apenas y son más grandes que los osos de peluche con inscripción
anglosajona delatando la confesión sagrada de estar dispuesto a entregar las
futuras quincenas que aún no se ganan. Así se ve el amor, por lo menos en la
secundaria, quizás todavía en la prepa. Todos llegamos a emocionarnos con el «Me
quedo callado…» de Luis Fonsi o el «Noviembre sin ti es sentir que la luna…» de
los aun jóvenes integrantes de Reik; o quizás, para los más alternativos y poco
influenciados por el pop latinoamericano, alguna canción de algún grupo de
punk-rock de habla inglesa o quizás las dramáticas letras de Paramore o Taylor
Swift; como sea, todos en algún momento han sido presa de la sensación de tener
un canto bandera para cuando los gusanos de las vísceras eclosionen y se
conviertan en mariposas en pleno bueno; yo incluso he tocado y cantado con ambos
tipos de canciones en secundaria, en preparatoria (cuando me sentía más
alternativo y que las empresas no iban a manejar mis gustos musicales –iluso-),
después en la universidad y ahora que, si bien mis gustos se han ido
generalizando y se han purgado de puritanismos y discriminación musical, uno
siempre tiene a sus favoritos que empalman con lo que se cree que es frente al
espejo.
En este caso hablo
de Luis Alberto Spinetta, el cantautor argentino, padre del rock de su país,
fuerte influencia de otros grandes músicos como Cerati, Fito Páez o Goyo de
Bándalos Chinos, y que se volvió, en 5 o 6 años a la fecha, uno de mis músicos,
compositores y cantantes favoritos. Spinetta es una constelación de bandas,
formas y búsquedas, pero no de fondos; en ese ámbito Luis es absoluto como solo
lo puede ser alguien cercano a su propia luz. En este orden astronómico de ideas,
Luis Alberto Spinetta “El Flaco”, es una constelación donde sus búsquedas
musicales, talento como guitarrista, bandas y formas de hacer las cosas son
planetas y lunas que orbitan sobre la estrella que es su talento para conseguir
un gran fondo poético dentro de las letras sus canciones.
En una de esas
canciones soles de las que hablo, se encuentra Fina Ropa Blanca, la segunda canción de su álbum Don Lucero publicado en 1989. En ella
Spinetta canta sobre una mujer vestida de blanco que cuando sonríe hace que
todo cobre luz. Una total canción de amor que podemos cantar cualquier día de
la semana y sentir que amamos en verdad, quizás sí sea así, pero no de una
manera superficial como lo explico, sino un amor casi místico, luminoso como la
luz del amanecer y furtivo como los romances más intensos.
Spinetta elige la
luz para iniciar su camino semántico; habla de una mujer con fina ropa blanca
que cuando ríe, se despoja del sol, lo rechaza porque ya no lo necesita, ahora
ella es su propia luz y como todas las luces, adquiere la facultad sacra y
reveladora de iluminar todo, lo visible y lo invisible, dijeran los religiosos,
a grado de que esta marea de luz no reflejada, sino producida por una simple
sonrisa, deshollina, es decir, arrebata el hollín, lo negro, lo pecaminoso incrustado
en el cuerpo tras haber sido sometido al fuego inmenso del mundo; y lo limpia.
La experiencia no
podría no dejar consecuencias: la belleza de esta escena explota a tal grado
que todos los fragmentos-espejos, del corazón se incrustan dentro de la
espiritualidad del personaje lírico, es decir, ella, la de la sonrisa, se
incrusta, se une, se fusiona con él, muy similar al amado y la amada en el Cantico Espiritual de San Juan de la
Cruz, cuando la amada por fin puede encontrar al amado y se unen de tal forma
que dentro del poema solo persisten los sustantivos y dejan de existir los
verbos, los/el tiempo; asomando que, ante el encuentro con el amor, el amor
místico, lo único que queda es la sensación de la eternidad perteneciendo al
todo, al dios.
Por esto creo que
esta canción de Luis podría considerarse un poema amoroso y por ende un poema
místico, porque según Gonzalo Rojas, en la entrevista hecha en La belleza de pensar, en 1999 «Cuando la gente habla de poesía de amor,
creen que la poesía de amor empezó con Becker, o en Darío o en Neruda. No,
señor, vayan a leer a San Juan de la Cruz; a Santa Teresa de Jesús, que algo
sabían del cuerpo […] y es que la poesía mística, la gloriosa, es poesía
erótica, alejada de la lascivia, pero muy amorosa».
Fina Ropa Blanca entra bajo esos conceptos místicos: La
iluminación, el candor y el perdón ya quedaron establecidos en los versos ya
mencionados; en cuanto a la redención, Spinetta canta el milagro cuando dice
que todas la mañanas se convierten en una y que el cielo se desaparece con tal
de volver con la fuerza de ahuyentar las sombras, las oscuridades metidas entre
las costillas; las quemaduras del mundo. La omnipresencia, por otro lado, se
vislumbra en la segunda parte de la canción, cuando el autor vuelve a intentar
(y fracasar) nombrar lo que ella le es. Spinetta dice con mucho erotismo que
algo lumínico de su cierre que se abre, algo inerte y final, es decir
definitivo, deja huella por sus calles y se convierte en neblina, nube, mar,
aire, en todo y lo redime con sexo como salvación eucarística y amorosa; le
exilia las sombras, como en La Noche Oscura
de San Juan de la Cruz, donde entre los tres caminos, solo el de la nada, el de
la noche iluminada, te llevará a la santidad.
Creo en Fina Ropa Blanca (sobre todas las cosas)
como una canción/poema de amor, que tiene sus tintes eróticos, pero que también
es un poema con una buena carga de mística, de cualidades diosas en una
sonrisa, en un vestido blanco (que bien podría ser de novia y estemos ante una canción
de boda) y la luz. Una canción mística escrita por un rockero/poeta argentino
en el siglo xx, y que toca a su
ser amado con la misma devoción con la se le mira a un santo, o a un dios; como
cuando uno está terriblemente enamorado y espera que esa persona nos quite las
sombras, las oscuridades, el hollín.
Sergio H. García. (México. 1995) Dirige la revista de difusión cultural Poetómanos desde 2016 y editor en Ediciones del Olvido desde 2021. Escritor de las columna musical «Ecos de habitación» publicada quincenalmente en el Periódico Poético y de la columna mensual de cine «Lenguaje para soñar en la oscuridad», publicada en Revista Alcantarilla de Mazatlán, Sinaloa. Mención honorífica en el concurso de Poesía Erótica y Amorosa del estado de Nayarit. Lo han publicado en antologías como «En la palma de tu mano» (Zompantle. 2020), «Detrás del velo: sobre los sueños y la muerte: antología de escritores mexicanos» (Catarsis ediciones. 2020), «Celeste: Antología de poesía mexicana» (Winged. 2022), «Diásporas del abismal: Antología de poetas Mexicanos y ecuatorianos» (Lunada Ediciones, 2022); así como en distintas revistas de distribución nacional como Tierra Adentro, Los demonios y los días, Revista Fósforo, Periódico Poético, Revista Zur o Revista Alcantarilla. Autor de _Que Ninguna tormenta se acerque_ (Crisálida Ediciones, 2021). Becario del programa Los Signos en rotación, Festival Interfaz ISSSTE-Cultura Guanajuato 2018, y Segundo lugar en el concurso Páramo de Sueños en 2019.
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