Muestra Poética | Adair Zepeda


Semilla dura


Alejandro


Algunas llagas son enredaderas

que desafían la anatomía de los huesos,

un bálsamo de aceites gruesos

que transforman las fibras,

se sujetan a veces de la esperanza

que arrastra por la bahía conmigo,

y golpea, sin caso, sin devoción,

con ninguna respuesta anegada

para que se salve la fortuna,

se estrella contra los mismos sitios

donde la humedad de otras tormentas

han imperado con sardónica mella,

pedernal desgastado contra el vidrio y las juntas

que martillean el aliento,

llagas como líneas enamoradas del río,

llagas en la bandera encabronada

 que al segundo soplo se rinde,

llagas que sabotean el almizcle en la saliva

y que pisan las botellas funestas

de caracolas machacadas

que se cosecharon ayer noche,

hermosa mano al fin desconocida;

podré recordar la danza de astros

por ser otro río en los costados,

apretar las mejillas,

tronarse la dentadura en fiel apego,

repartir las tertulias como listas de campo,

caminar cada laberinto arrastrado adelante,

el alma no tiene sentido de respeto

si al fondo hay espacios clausurados,

atestiguar en ese ecológico desequilibrio

de máquinas y eufemismos canónicos,

alargarse un peso seguido del anterior,

hito de la bestia que presiente en el hocico

un licor de venenosa envestidura.

El sol es tímido, no entiende,

se obsesiona tan sólo en completar sus giros,

la más hermosa pasión desbocada

en el carrusel,

así aún, Leviatán orgulloso,

ignorante del sobresalto del chapulín

o de la recolección de las ranas;

yo me sostengo de pie,

sonrío por etiqueta a los extraños,

patria de mirones sin hogar,

soñar que se les puede despertar de la profecía

de maravillas que no han podido ocurrir;

la espina me salpica de fracasos

 que dejan un oscuro asiento,

buscamos serpientes de agua en la tarde

que transcurre en su odiosa perfección;

la marea no alcanza a lanzar los laureles

de la misántropa hojarasca,

riño con las dunas que no se detienen a contemplar

una tarde más del fin del mundo.



Palabras líquidas


Escribo estas palabras en la rebelión de la 

corriente,

un ápice descubierto en los dedos,

retazo de papel y ceniza cómoda

que hilvana el cosmos al músculo,

morder otra tarde en su centro mineral

 por ser aureola y fruto,

el lienzo seco entre el arco y la lira,

rematar su arpegio dulzón

por las crecidas mangas del jardín

que estrangula las raíces,

el fondo se adhiere a la esclera

que rebana las pajas de luz,

colocar al final del lauro

un altar de sombras prensadas

a espaldas de las aferradas caracolas.

La elipse es el centro que corta el ojo,

los pequeños mustios golpes,

frontera fragante al tacto.

Las palabras no nos duelen.


Círculos complicados


La ternura de la caracola estriba en nuestro siglo

interior, el giro de la palma en redondel,

somos un basilisco que aguarda

a que la espiral del lomo se curta,

en frente, el titan de la demencia

vierte una jarra de vinagre

que espanta los malos deseos;

dentro de los ojos el rescoldo de vidas pasadas

impregna la sed de la uva.

El caracol se regodea del brillo

en las corneas, muere incluso,

cuando late en el epicentro de la verdad.


Ahora callarás


Ahora callarás,

golpearás mi rostro y será todo el silencio

cuanto coseches,

buscaremos entre las líneas y el polvo

 un hilo de luz,

al que extender los dedos,

sentirás el hambre doblar el estómago,

la fisura original de la tierra,

arrancarás una señal de esa angustia

de la lucidez que no te deja mirar los rostros,

no cabrán las estrellas en ese lago de vidrio

que sostienes en la noche inventada,

entrarás a hurtadillas a los recuerdos

para sostener la pintura de las paredes,

o una lágrima de papel que rumia

entre el bastidor pálido de cada segundo,

o un aleteo bajo la campana de bronce

que replica en el pecho;

coge todos los pedazos que puedas

y aprieta los puños, gruñe con calma,

aprieta de nuevo.

Vigila los vértices de los ojos,

ya sabrás que el sueño vendrá

a terminar el vasallaje de la tarde,

pon una charola de wiski en la mesa,

remoja la punta de los dedos,

así es más simple trazar en el aire

la ruta de las libélulas.

Si tienes frío, cúbrete,

si tienes sed, traga el soplo

que martillea a tu alrededor,

golpeando en la mesa, artificio de corazón,

sagrario de la efervescencia,

entre todas las vocaciones de la casualidad

tritura cada semilla del girasol,

pasa el bocado,

lucirá en sus dientes su dura espiga,

quiebra su vigor, traga el aceite,

abre el horizonte, despunta la espada

de brillantes orfandades

 que ahora callarás.





Ernesto Adair Zepeda Villarreal. (Texcoco, México, 1986). M.C., Economista. Director de Ediciones Ave Azul (aveazul.com.mx). Editor del Colectivo Entrópico. Premio Nacional de cuento ‘Gabriel Borunda’ 2021; XVI Premio Nacional de poesía Tintanueva 2014; 1er lugar III certamen Buscando la Muerte, del Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, 2014. Publicaciones recientes: Los pasillos de la muerte (Tintanueva, 2022), Los ojos del gato (Ave Azul-Alja, 2021), Glosa del reproche (Letras de barro, 2020), Ofrenda de palabras (Versoterapia, 2020), Reminiscencias (Tintanueva, 2014; Ave Azul, 2019), y Raíces bajo las rocas (Alja Ediciones, 2016). Columnista en Opinión de Yucatán.

aveazul.com.mx - Fb: Ediciones Ave Azul - adairzv@gmail.com - IG: Adarkir - Twitter: @adairzv



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