Muestra Poética | Andrés Gómez
Sitio ausente
Me reconstruyo cada día
en el sopor clandestino
de una soledad rancia
las piezas de siempre
el mismo dolor en la entrepierna
la innegable existencia del espacio
en blanco
el acotamiento de mi cuerpo en cada
bemol
de la calle
no soporto más que mis ojos se regeneren
luego de las pesadillas
que mis recuerdos vuelvan
depurándome los huesos
y que al final de la noche
solo sea una cristalización inexacta
de una sombra cualquiera.
Estas últimas noches he soñado
que soy un perro callejero
pero no uno de los que nacen
detrás de una vulcanizadora
alimentado por 40°
y el arroyo de aceite
surcando la tierra;
tampoco de los que buscan calor
en el cuerpo muerto de mi madre
ni vagué tembeleque por la federal
mientras mis hermanos, uno a uno,
eran rescatados por la ternura
que a mi me arrebataron
desde la panza
o eran consumidos
por el desierto que es la existencia
o eran condenados a la muerte
intentando cruzar al otro lado
sin saber qué esperar allá;
no, no me soñé capturado
por algún verdugo depanza ancha
ni ataron mi futuro
a una cadena oxidada
ni me golpearon con saña
hasta agotar mi paciencia;
con el miedo de la vara
ni fortalecieron mis huesos
con su grito furioso e incomprendido,
no pude presumir mis costillas
que atravesaron mi piel huyendo del verdugo
pero soy un perro callejero
a mí me aventó una moto
a la mitad de la periferia
mi bautizo fue en un charco de lodo
-mi madre no asistió,
a mi padre nunca lo conocí-
surgí del fango con el hocico desfigurado
y una pata descompuesta;
fui abriéndome camino
entre los cadillos punzantes
y la hoguera que es el llano;
mis ojos, dos hormigueros,
ramas de mezquite quebrado
son mis patas;
a mi me dio de comer la calle
con sus huesos de plástico
sus ubres metálicas
me amamantaron
me arrastré con la mirada del sol
quemándome los pelos
hasta gastarme las ganas de vivir
y descansar mi alma tullida
bajo un puente
por fin la sombra reposando
en mi piel
esa muerte me viene a veces
justo antes de abrir los ojos
y desear no haber despertado.
Me siento una tumba
orillada en la carretera
una cruz de fierro
doblada por la espalda
por la lengua del sol
que aplasta el aire los lomos la tierra
la cordillera de cabezas eléctricas
como rémoras volátiles
sobre la extensión oblicua de la periferia
en mi regazo térreo
un par de brazos floreados
aun tiemblan
los autos pasan sonámbulos
acariciándome el rostro metálico
la hierba devorándome los recuerdos
bajo la lluvia
la vereda se hincha de tumbas
como los cerros antes
de mezquites se poblaban
día tras día crece un hueco en mi pecho
y mis palabras fabrican una lápida
Apenas la oscuridad se desprende (INCOMPLETO)
del tendero de la copa del árbol
del ave muerta
de la cutícula del llano
las retinas desbordadas
sobre la obertura del espacio
la ausencia se desase
en t
i
r
o
n
e
s.
Estamos a cinco de profundidad
A Gabriela, amada
mía
tú y yo
reacios al tiempo
y su desmontaje
y sus conjeturas
entre la intermitencia de nuestros besos
deshaciéndose
estamos tomados de las manos
al filo de los segundos
observando la caída
hacia la oscuridad del reloj
nos preguntamos por las huellas
de los pensamientos
y de los sueños que nos dedicamos
a dónde irán
cuando ya nadie esté
y las palabras, muertas
como este o aquel poema
dejen de re-crearnos
cuando nuestro último suspiro
se pierda en el viento
estamos a cinco de profundidad
tú y yo, amor mío,
con la mirada agrietada
de frente contra el tiempo
y su inefable beso
y su golpeteo,
entre los gusanos
y las estrellas y el cielo.
Andrés Gómez (Silao, 1996) Editor y poeta.
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