Muestra Poética | Fausto Leyva

 

Noche sin tiempo

I

qué ansia la de estar ebrio
sentir el colapso de la carne

vengo arrastrado de no sé qué pena
cansado estoy de no sé qué naufragio
bebiendo una última palabra de no sé qué nostalgia

esta oquedad 
que no tiene nombre ni sombra
cada rincón está trozado
es un silencio
un trago que abrasa

II

otra vez la rabia
soy un perro infectado de mujer
que va mordiendo hasta arrancar lo que duele
en cada tajada la carne es polvo
y dejo un hueco lleno de olvido

entonces el reloj marcó las seis
recordé algo que se volvió furia
una fricción de hocicos lacerados
a media noche desboqué la pesadumbre
parado a mitad del desastre
ladré a la indolencia del viento
al oscurecer el último día
ya no sobrevino el temblor

esta zozobra por su piel
me hace llagar en el pecho
es un bozal de dientes partidos
que no sirve para contener tanta rabia

III

siempre la vi anochecida
de voz serena
perfecta

ella era tiempo sin luz

llegó con silencio
entró a lobregar el pulso
torció mi mueca
la volvió aullido

alcoholizada de negrura
pidió penetrar su amañanada carne
veneré su constelación de mujer eterna
supliqué me enseñara a tocar su infinidad
a masticarnos la amargura 
a gemir hasta el letargo de la ira
nos dolimos todo

y acalambrados de tanta nada
quedamos orbitados 
fuera del ruido 

IV

Con ella la noche se hizo inmortal  
conocía mi desenfreno de penumbra
y dejó que me llenara de su hurtada sombra

fue maravilloso
incluso cuando dijo adiós:
caminando de la mano
me regaló una sonrisa de cuarto creciente
me rajó el pecho con su voz de amanecer
un corte preciso
tierno
casi divino
como acariciando al agónico
que ve como todo se harta de luz


ella fue noche sin tiempo
una sobredosis de espesa niebla
una profunda y dulce herida
que dejó otra grieta en mi escombrerío
otra forma de amanecer estallado


 


El oficio de la tristeza


"A la poesía que la salve su chingada madre,

yo ya me cansé..."

Santiago Papasquiaro.


He escuchado a las peores mentes de mi generación
aseguran que la poesía vino a salvarles la vida
que sin ella todo sería terrible
—qué cosa más insignificante y ridícula—
los he visto consagrarse de la costilla ajena
lamer el suelo de quien les da una migaja
ser la nueva poesía

tuve la desventura
de encontrarme con los versos más duros
tan semejantes a un inventario de desgracias
entendí el tamaño del dolor
y sentí al monstruo contemplarme
con sus propias heridas
desde la orilla de la cama

con la impudicia de la métrica
entendí al amor como finito
que la carne sólo arrastra dolores
y el tiempo no cura nada

ya me cansé de pedir perdón
nadie me dijo que escribir implicara tanta soledad
que un verso necesitara tanto llanto
que las noches se volvieran lo suficientemente largas
como para no salir vivo de ellas
hoy un brindis pesa tanto como el olvido
y los besos y caricias arden en la memoria

La poesía no vino a salvarme nada
llegó pateándome los huevos
y me enterró en un vacío tal
en una muerte que hoy habito
ahí estoy bien

¡Salud!


 


Fumo con paciencia

enciendo el último cigarro
el de cada noche
el de humo espeso
cruje la hierba al fuego
como un arrullo de cosas que duelen
de cosas que se queman en la memoria

a la primera calada tuerzo los labios
paso una bocanada de penas
un aire de ausencia
ahí se queda
detrás de la lengua
y ya no sale

fumo con paciencia
no tengo prisa
ya he librado bastantes batallas
y ninguna he ganado
tampoco perdido

vuelvo a llenarme el hocico
con su cuerpo de niebla
dejo que se consuma
que llague hondo en los labios

arde
arde endemoniadamente
arde desde tan lejos

inflamo el pecho
con todo lo que se llevó
aguanto el aire
no tengo prisa
voy a atascarme de bruma
de su silueta
y voy a dejarla ahí
dónde ya no hace falta


 


Fuego, mucho fuego


Hace tiempo tenía el borrador de un libro que acababa de escribir. Lo tenía impreso y guardado en una caja junto a otros papeles de poca importancia, era la copia que le entregaría a mi correctora, a ella le gusta trabajar en papel. Aún no se lo entregaba porque debía transcribirlo ya que el archivo electrónico se había perdido en una computadora que dañé en una borrachera de tres días.


Un día mi madre lo encontró tirado y le pareció buena idea cortarlo en cuadritos y usarlos para prender la estufa. Me sentí profundamente triste porque no recordaba, y sigo sin recordar, gran parte del trabajo que estaba ahí. Apenas tenía algunas líneas de un poema que hablada del olvido, también de una noche en que conocí a una mujer que se mató pocas horas después de haberla dejado en su casa. Otro era una especie de carta presuicidio y un arrullo a mi hijo nonato. De los pocos cuadros de papel que pude leer, encontré un verso que hablaba de mi última novia, sabía que ese poema le daría en la madre, porque le escribí las cosas más hermosas para decirle adiós, en otro encontré las palabras de mi sobrino en el que me confesaba el sabor del sol: “sabe a galleta”. El último cuadro sólo tenía la palabra “perdedor”. En ese momento dejé de intentar seguir leyendo y reconstruir ese rompecabezas que era mi vida, fue gracioso darme cuenta de lo roto que ando y apenas me sostengo lo suficiente para seguir aquí, aferrado a algo que quizá nunca pase. Esa misma tarde llegó el alivio al saber que era la primera vez que le encontraban utilidad a mi quehacer literario, que después de todo, mis tonterías servían para algo: fuego, mucho fuego.




Fausto Leyva. México, ExDF. Seudoestudiante de la licenciatura de creación literaria en la UACM, seudoescritor, pensador de banqueta y vendedor por hambre. Publicado en revistas y antologías mexicanas y de otros países. Cuenta con tres poemarios publicados de manera independiente: El silencio de la noche (plaquette Editorial Los de la reja, julio de 2014), Recuerdos de rabioso licor (Editorial Taller de Creación Literaria, octubre de 2016)  Mujer líquida (Editorial Taller de Creación Literaria, junio de 2018) y uno de cuento La muerte olvidó mi nombre (Editorial Taller de Creación Literaria, abril de 2022)

Primer lugar en la edición uno del concurso de poesía Corazón maltrecho de Sembrando Letras/UACM.

De un corazón resignado a despedirse con frecuencia, amante de la cerveza y la música.


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