La balada de la soltera | Reseña | Por Lorena Acosta Iglesias
La
balada de la soltera, Ana Patricia Moya.
Históricamente
la balada se ha entendido grosso modo de, al menos, tres maneras
diferentes: teniendo su origen en el canto trovadoresco del amor cortesano en
la Edad Media, el género avanzó hacia su versión afrancesada ballade,
donde tipificado por Chopin se comenzó a vincular con el género un ritmo repetitivo
y sobrio, estereotipado, en el fondo, por un estribillo de a tres
compases, hasta que, casi abruptamente con la llegada de Hollywood y la
comercialización del amor romántico tal y como hoy todavía renquea, se pasó por
el clásico somos novios de Armando Manzanero hacia el se nos rompió
el amor de tanto usarlo de Rocío Jurado, redoblando por farsa, diría yo, el
still loving you de Scorpions…
De esta
carcajada amarga nace el poemario La balada de la soltera de Ana
Patricia Moya. Su potencia radica en señalar la decadencia del absurdo de la
vida en pareja más allá de la división de tareas domésticas y su promesa para
poder pagar el alquiler en tiempos de capitalismo avanzado. Esa ambivalencia
entre la obligación social y el deseo está representada en el libro a través de un ritmo
poético dividido, a su vez, como la amarga risa que hace las veces del pneuma
del poema, en dos voces poéticas: una que avanza irónica, impasible pero
dolorosa y mantiene el ritmo de un poema propio interminable e interrumpido,
soslayando los pensamientos de la soltera como sentencias y apropiándoselos
como destino; y, por otro lado, existe otra voz rota, resquebrajada en poemas
unísonos, melancólicamente aparejados al sarcasmo de la supervivencia de esa
otra voz, esa otra voz que también desea lo que no se puede permitir: una, a
cierta edad, considera que no es de recibo perderse a una misma por mor
de dejar entrar a otro en nuestro hogar, que lo conquiste, o bien, conquistarse
como otra (en el mejor de los casos) en el hogar de aquel, y deja de ser
recibo, ya no al menos, teniendo en cuenta lo mucho que cuesta reconstruirse a
una misma como mujer en un momento de ascenso y bajada del feminismo y,
también, sus consecuentes rebotes.
esta melancolía tan intensa como el océano, soltera,
es tu poema
que
no hay nada honorable
en
dejar el corazón en la mesita de noche
cuando
te reclama el tacto de otra piel
ni
tampoco cuando te expones a las heridas
del
miedoso o la miedosa
Ana Patricia
Moya maneja esa doblez de la autosuficiencia amarga y la superioridad
melancólica de quien se sabe el truco y no puede parar de ver la magia, ya no
de la dependencia, porque, al fin y al cabo, al ser seres humanos necesitamos
de cuidados y sólo un necio negaría tal cosa, sino más bien o, mejor dicho, al
menos, de la ilusión de lo incondicional que nos vendieron como amor. Por ello,
la soltera baila sola esta vez, entre las palabras de Ana Patricia Moya, su
propia balada, y en el recogimiento de su soledad encuentra motivos para
continuar fuera del nido sin caerse, por puro desequilibrio, a otro ajeno, y
continuar sujetando las paredes de su casa con sus dedos —manifiestamente en el poema titulado las
manos pero también en su preludio “Bajo la colcha, / soltera, / acaricias
tu gran soledad”—, bien sea entre las teclas de un nuevo poema o entre
los labios ajenos o propios, siempre honesta: el vacío de su casa no
retumba en un eco desdoblado, confundiendo la entrega con la exigencia,
la doblez del amor en pareja.
Ay, soltera,
el tiempo ha demostrado
que el honesto tan sólo merece
desesperarse en el filo
de esta soledad
tan atroz.
No es baladí,
en ningún caso, que el tema que aborda La balada de la soltera esté
escrito en un lenguaje sobrio, sin artificios, directo pero enjuto, saturado de
significado, un verso casi diría violento, por su incisión sin florituras. La
constelación de mundos entretejidos en la poesía de Ana Patricia Moya que
oscilan entre la casa, la soledad, el hogar, la precariedad, cierto onanismo e,
incluso, cómo se transforma la conjunción social entre la solterona y la
cuarentona vinculadas ambas dos figuras, no tanto ya a las ataduras de
la familia semidisuelta por el capital, sino a la infinita precariedad de no ser
capaz de disimular que “compartir” con los demás deja de ser una elección, como
todavía esperpénticamente pretende simular la institución del matrimonio.
EL (NO) LUGAR
Quizás,
soltera,
no
es sitio seguro
el
amor manso.
La única
elección, hoy rescatada, para la mujer, quien socialmente ha nacido mutilada,
necesitada siempre de otro, intentando así enmascarar su poder de
otorgar apellidos, civilización y sociedad, reside justamente en la elección
de sí misma como suficiente sin hastío. Así tal vez, la soltera pueda
cantar alegremente, sin reservas, la melodía de Osvaldo Farrés, la cual Ana
Patricia Moya no se resiste a recitar en femenino, como anhelo presente en su
escritura:
quizás, quizás, quizás,
algún
día,
el
amor propio.
Lorena Acosta Iglesias (Fuenlabrada;
España, 1992) es Doctora internacional por la Universidad Complutense de Madrid
en la disciplina de Filosofía. Ha publicado numerosos poemas en las Revistas de
Literatura Ídolum, Telescopio, Herederos del Kaos, Ibídem,
Cósmica Fanzine, Periódico Poético, Espirales, El humo,
en la sección ‘No es País para Viejóvenes’ de Odisea Cultural y en la Revista
Óclesis. Víctimas del artificio. Forma parte del comité editorial de la revista
Periódico Poético. Hostal Literario en Tecpan. Recientemente ha publicado
su primer poemario titulado Kleingeist, en coautoría con Alexandru
Iosif, con la editorial El drago.
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