La balada de la soltera | Reseña | Por Lorena Acosta Iglesias

 


Reseña de Moya, A. P., La balada de la soltera, Averso, 2023

 


Es la soltera
corazón descosido
una balada
sobre casa vacía
y útero que llora. 

La balada de la soltera, Ana Patricia Moya.

 

Históricamente la balada se ha entendido grosso modo de, al menos, tres maneras diferentes: teniendo su origen en el canto trovadoresco del amor cortesano en la Edad Media, el género avanzó hacia su versión afrancesada ballade, donde tipificado por Chopin se comenzó a vincular con el género un ritmo repetitivo y sobrio, estereotipado, en el fondo, por un estribillo de a tres compases, hasta que, casi abruptamente con la llegada de Hollywood y la comercialización del amor romántico tal y como hoy todavía renquea, se pasó por el clásico somos novios de Armando Manzanero hacia el se nos rompió el amor de tanto usarlo de Rocío Jurado, redoblando por farsa, diría yo, el still loving you de Scorpions 


Imagen: tomada de la red

 Sea como sea, el ritmo de la balada, al menos según nos quiere hacer recordar la memoria colectiva y con ella Wikipedia, siempre ha parecido estar marcado por dos, dos compases se fusionan en un tercero, al igual que el pack de la familia ha venido estructurando la sociedad desde que, al menos, Eva se empeñó en coger(se) del higo, fruta prohibida. Esos dos que bailan ensimismados la balada, que acaban arrastrando los pies hacia el vínculo preestablecido por no mirar de frente el silencio de la soledad y se amarran de los brazos de otro que hacen suyo y vapulean como títere del propio deseo… eso, tan patético, resulta que sigue siendo llamado amor (o, como dice la autora no sin sarcasmo anidado hacia las derivas “políglotas” del romanticismo en la GenZ: el hamor).


De esta carcajada amarga nace el poemario La balada de la soltera de Ana Patricia Moya. Su potencia radica en señalar la decadencia del absurdo de la vida en pareja más allá de la división de tareas domésticas y su promesa para poder pagar el alquiler en tiempos de capitalismo avanzado. Esa ambivalencia entre la obligación social y el deseo está  representada en el libro a través de un ritmo poético dividido, a su vez, como la amarga risa que hace las veces del pneuma del poema, en dos voces poéticas: una que avanza irónica, impasible pero dolorosa y mantiene el ritmo de un poema propio interminable e interrumpido, soslayando los pensamientos de la soltera como sentencias y apropiándoselos como destino; y, por otro lado, existe otra voz rota, resquebrajada en poemas unísonos, melancólicamente aparejados al sarcasmo de la supervivencia de esa otra voz, esa otra voz que también desea lo que no se puede permitir: una, a cierta edad, considera que no es de recibo perderse a una misma por mor de dejar entrar a otro en nuestro hogar, que lo conquiste, o bien, conquistarse como otra (en el mejor de los casos) en el hogar de aquel, y deja de ser recibo, ya no al menos, teniendo en cuenta lo mucho que cuesta reconstruirse a una misma como mujer en un momento de ascenso y bajada del feminismo y, también, sus consecuentes rebotes.

 

esta melancolía tan intensa como el océano, soltera, es tu poema

que no hay nada honorable

en dejar el corazón en la mesita de noche

cuando te reclama el tacto de otra piel

ni tampoco cuando te expones a las heridas

del miedoso o la miedosa

 

Ana Patricia Moya maneja esa doblez de la autosuficiencia amarga y la superioridad melancólica de quien se sabe el truco y no puede parar de ver la magia, ya no de la dependencia, porque, al fin y al cabo, al ser seres humanos necesitamos de cuidados y sólo un necio negaría tal cosa, sino más bien o, mejor dicho, al menos, de la ilusión de lo incondicional que nos vendieron como amor. Por ello, la soltera baila sola esta vez, entre las palabras de Ana Patricia Moya, su propia balada, y en el recogimiento de su soledad encuentra motivos para continuar fuera del nido sin caerse, por puro desequilibrio, a otro ajeno, y continuar sujetando las paredes de su casa con sus dedos     manifiestamente en el poema titulado las manos pero también en su preludio “Bajo la colcha, / soltera, / acaricias tu gran soledad”, bien sea entre las teclas de un nuevo poema o entre los labios ajenos o propios, siempre honesta: el vacío de su casa no retumba en un eco desdoblado, confundiendo la entrega con la exigencia, la doblez del amor en pareja.

 

Ay, soltera,

               el tiempo ha demostrado

               que el honesto tan sólo merece

               desesperarse en el filo

               de esta soledad

               tan atroz.   

 

No es baladí, en ningún caso, que el tema que aborda La balada de la soltera esté escrito en un lenguaje sobrio, sin artificios, directo pero enjuto, saturado de significado, un verso casi diría violento, por su incisión sin florituras. La constelación de mundos entretejidos en la poesía de Ana Patricia Moya que oscilan entre la casa, la soledad, el hogar, la precariedad, cierto onanismo e, incluso, cómo se transforma la conjunción social entre la solterona y la cuarentona vinculadas ambas dos figuras, no tanto ya a las ataduras de la familia semidisuelta por el capital, sino a la infinita precariedad de no ser capaz de disimular que “compartir” con los demás deja de ser una elección, como todavía esperpénticamente pretende simular la institución del matrimonio.

 

EL (NO) LUGAR

Quizás, soltera,

no es sitio seguro

el amor manso.

 

La única elección, hoy rescatada, para la mujer, quien socialmente ha nacido mutilada, necesitada siempre de otro, intentando así enmascarar su poder de otorgar apellidos, civilización y sociedad, reside justamente en la elección de sí misma como suficiente sin hastío. Así tal vez, la soltera pueda cantar alegremente, sin reservas, la melodía de Osvaldo Farrés, la cual Ana Patricia Moya no se resiste a recitar en femenino, como anhelo presente en su escritura:

 

 

quizás, quizás, quizás,

 

                                                                                                        algún día,

 

                                                                                                                      el amor propio.

 

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Lorena Acosta Iglesias (Fuenlabrada; España, 1992) es Doctora internacional por la Universidad Complutense de Madrid en la disciplina de Filosofía. Ha publicado numerosos poemas en las Revistas de Literatura Ídolum, Telescopio, Herederos del Kaos, Ibídem, Cósmica Fanzine, Periódico Poético, Espirales, El humo, en la sección ‘No es País para Viejóvenes’ de Odisea Cultural y en la Revista Óclesis. Víctimas del artificio. Forma parte del comité editorial de la revista Periódico Poético. Hostal Literario en Tecpan. Recientemente ha publicado su primer poemario titulado Kleingeist, en coautoría con Alexandru Iosif, con la editorial El drago.

 

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