Para lanzarse otra vez | Reseña | Ana Laura Bravo
Para lanzarse otra vez
La imaginación también es una forma de resiliencia. No
para ignorar las partes dolorosas y muchas veces injustas que nos toca vivir,
sino porque nos permite transformar el sufrimiento y la impotencia en algo que
no pueda aprisionarnos, incluso si lo llevamos por dentro. De eso se tratan los
relatos que Etgar Keret nos presenta en La penúltima vez que fui hombre bala
(2019), editados por Sexto Piso, una antología que reinventa el dolor humano a través
de la ficción y una dosis equilibrada entre humor negro y ternura.
Los relatos de Keret son un juego imaginario colorido
e irreverente, que se desafana de la verosimilitud en busca de algo más real
y humano. En sus páginas es posible reconocer ecos de la escritura de otro gran
imaginador, como el que nos reveló Ítalo Calvino en sus Cosmicómicas
(1965), sobre todo en Evolución de despedida: “En el principio fuimos
una célula. Luego una ameba, más tarde un pez y después de un largo periodo de
lo más frustrante nos convertimos en una lagartija”. En los relatos de ambos
escritores, los márgenes entre lo humano y otras formas de vida se trastocan,
se borronean y dotan a sus personajes de una capacidad de metamorfosearse con
su medio y empatizar, incluso, con su máximo enemigo. Como en Tabula Rasa,
donde a través de la ciencia ficción, Keret se pregunta cuál es el vínculo
entre el destino y la genética.
A diferencia de Calvino, los personajes de Keret nos
remiten a historias menos cosmogónicas que mundanas, pero profundamente humanas.
Sus preocupaciones van desde cómo invitar a salir a la chica de la cafetería y
dónde conseguir un buen porro, hasta cómo evitar que un desconocido salte de la
azotea de un edificio. Pero todas ellas van atravesadas por ese anhelo de
conexión que se sobrepone a la casi infranqueable soledad humana. Como en Ventanas,
donde la necesidad de compañía parece importar más que el hecho de que el otro
sea real o no. O en Pineapple Crush, donde compartir un porro es el
pretexto perfecto para que dos desconocidos funden una intimidad que cobra
nuevas profundidades cada vez que recuerdan la precariedad de sus encuentros.
En pocas páginas, los personajes de Keret se
constituyen en personas complejas, tristes y dolorosas, pero también tercamente
optimistas, ocupados en sobrevivir a esa vida de accidentes y malentendidos. Sus
historias son ejemplos de cómo, incluso en medio de todo eso, es posible crear conexiones
inesperadas. En Yad Vashem, una turista llora con un hombre que no está poniendo
atención a la exhibición del museo y ella, sin darse cuenta, conecta su
tragedia personal con el Holocausto al tratar de consolarlo: “Sencillamente es
espantoso lo que los seres humanos son capaces de hacerse unos a otros”. Lo subjetivo
nos permite acceder a lo humano.
Los relatos de Keret reflejan la manera en que él
mismo, en lugar de huir de sus desgracias personales, se aproxima a ellas desde
el afecto y la curiosidad. Su escritura es, a la vez, un mensaje urgente a un
pasado inalterable, pero resuena en la creciente depresión y soledad que ha
embargado a las generaciones más jóvenes. En ¡No lo haga!, el narrador le
grita desde la acera al hombre al borde de un edificio para intentar salvarlo: “Si
ahora salta, se irá con la sensación de que no había otra salida, y ése será el
último recuerdo que le quede de esta vida. Ni la familia, ni el amor. Sólo
recordará la derrota”. Keret se hunde en la oscuridad para encontrar las
estrellas.
Mientras cuenta historias, el autor también se detiene
a reflexionar sobre el acto de escribir e inventar personajes con vidas y
preocupaciones propias. En Hongo, desarticula el reiterado paralelismo
entre Dios y la figura del escritor al dotar a este último de responsabilidad:
“aquí no valen excusas. Tú eres el cielo. Si tu personaje fracasa, es porque tú
lo has hecho fracasar. Si le pasa algo malo, es porque tú le has buscado ese
mal. Porque has querido verlo agonizar en un charco de sangre”. Mientras que en
Tod, reflexiona sobre las posibilidades de la escritura cuando su amigo
le pide que le escriba un cuento que le ayude a llevarse a las chicas a la cama:
“Un cuento no es una pócima mágica ni un tratamiento hipnótico. Un cuento es,
al fin y al cabo, algo que sirve para compartir con la gente lo que sientes,
algo íntimo, a veces, hasta perturbador”. La imaginación de Keret se contempla
a sí misma en el espejo de la escritura, en los personajes y realidades que el
autora ha creado para entenderse a sí mismo y afrontar los traumas de su
pasado.
El resto de sus historias es una consonancia de
ángeles, hombres, animales que actúan como personas y padres que se convierten
en conejos. Niños encaprichados que creen que los suicidas pueden volar, mujeres
desesperadas por hacer el bien y extraterrestres que deciden que la especie
humana es demasiado engreída y agresiva para intentar entablar una relación. Son
reflejos de nuestra humanidad, pero sobre todo son un testimonio de cómo la
imaginación puede trascender el sufrimiento para rescatar las partes bellas que
a veces quedan opacadas a causa del dolor. Al final, como el protagonista del
relato que da título a esta antología, volveremos a Keret para pedirle que nos
haga el favor de lanzarnos del cañón otra vez.
Ana Laura Bravo, es Profesora de medio tiempo y lectora de tiempo completo. Nació en el desaparecido Distrito Federal en febrero de 1994, pero creció en otros estados, siempre buscando algún camino de regreso a la Ciudad. Estudió literatura en la Universidad Autónoma de Querétaro y en la Universidad de Tarapacá en Chile. Actualmente estudia la maestría en docencia y está desarrollando una tesis sobre la enseñanza de la literatura en los bachilleratos técnicos. Ha publicado en algunas revistas y escribió su primer novela, Volver al fin del mundo, con apoyo del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) de Querétaro, la cual se encuentra en proceso de reescritura. La literatura es su laboratorio de libertad y le gustaría que sus textos pudieran hacer que quien quiera que los lea se sienta escuchado.
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