Cuaderno | Sebastián López
Cuaderno
por Sebastián LópezAquel
día, en el taller de escritura, Álvaro sintió que la tarea le sería
particularmente compleja. ¿La tarea? Una misión supuestamente sencilla para
realizar en casa, pensar en alguna persona, objeto o fenómeno (ser creativos) y
escribir a este una carta.
¿Por
qué, sí para el profesor Héctor la tarea era sencilla, esta resultaba para Álvaro
un asunto de lo más delicado? La respuesta era simple. Héctor se consideraba a
sí mismo un escritor “a lo Borges”, dicho de otra manera, un escritor que poco
compromete las emociones con la narrativa. Considerando, pues, hasta cierto
punto, que el mundo emotivo del creador y el mundo creativo se encontraban en
dos esferas distintas de la realidad. Lo cual era una filosofía aguda, pero
indudablemente mentirosa, la realidad era una sola, a Álvaro Chamizo, joven
escritor le daba miedo comunicar sentimientos. Cualquier cosa que tuviese algún
tipo de relación con verse expuesto ante los demás, le producía pavor, nauseas
incluso. Por ello, como ya se dijo, Álvaro Chamizo, joven escritor prefería ser
visto como un matemático del lenguaje.
Habrá
quien piense que alguien que usa la palabra, que es casi una alquimia, una
llama mágica como quien resuelve ecuaciones no tendrá futuro en la literatura,
porque la escritura es abrirse el pecho con una sierra de mano, extirparse el
corazón y ofrecerlo al publico lector. Pero como el joven Chamizo sabía, ahí
estaba Borges para mostrar todo lo contrario. Uno podría destacar en las artes
literarias mostrando un total autocontrol sobre sus sentimientos y emociones. Álvaro
a veces veía aquella entrevista televisiva en la que el autor argentino
pronunció su famosa frase “soy desagradablemente sentimental” y no podía evitar
una sonrisa condescendiente, porque sabía que era una mentira.
Al
llegar a su casa, Álvaro Chamizo asumió su responsabilidad y su obligación: no
dar rodeos y mostrar vulnerabilidad, aunque sea tantita, no más. Y pensó en
quien podía ser el remitente de aquella carta imaginaria, el remitente de aquel
ejercicio literario de joven aprendiz de escritor.
No
demoró mucho tiempo en recordar a una muchacha, cuyo nombre deberá mantenerse
oculto en estas narraciones, por el pudor de Álvaro Chamizo, quien no nos
perdonaría de ninguna manera verse expuesto de esta manera. La muchacha era una
vieja compañera de vida, amante y amiga. “Tantas cosas”, sería la respuesta que
Chamizo daría años después cuando le preguntasen que significó en su vida
aquella joven. Antes de que la inspiración huyera de su cuerpo, como un aliento
que invade al creador una vez cada mil años y luego escapa como un espíritu
para no volver si no diez centurias más tarde. Tomó un lápiz, lo afilo hasta el
punto de casi transmutarlo en una estaca: Asesina por excelencia de vampiros.
Acercó a sí su cuaderno de ideas y apuntes literarios. Y escribió con la mano
izquierda. Porque Álvaro era zurdo:
Hola ranita. Hola mujer
anfibio. Hola reina de dos aguas. Hola navegante de dos mundos.
Ranita ¿Recuerdas tú?
Era el mote que yo te puse. Recuerdo habértelo susurrado al oído, en el parque,
escondidos, rodeados de una multitud de rostros, pero, en fin, escondidos.
Escondidos de quien uno no quiere ser visto, con lo que nos dábamos por bien
servidos.
Incontables veces te
llamé “ranita”. Te llame al oído. Y las puntas de tu cabello me picaban la
nariz. Pero esas comezones suavecitas uno no se las rasca, ranita. A veces,
aunque cada vez menos, aún siento las puntas verdes, casi amarillas, de tu
cabello cosquilleando, cerca de hacerme estornudar. “Ranita”, te llamé despacio,
suavecito, como quien dice un secreto y lo dice lento, porque no quiere que las
palabras se vayan a ninguna parte. Pero al final las palabras se van, porque
las pronuncia uno. La única forma de conservarlas es callar. Pero si uno calla,
la palabra le quema en el corazón, aquí adentro (esto te lo escribo apuntándome
al centro del pecho). Y entonces es mejor hasta la muerte, que esa quemazón,
ese ardor, que no mata, solo duele y no nos permite olvidar ni por un solo día
lo callado.
Entonces ranita. Quien estas
letras escribe, solo tiene una intención. Una pregunta, chiquitita, que no te
quita nada de tiempo, porque yo se que tú, como eres, brillante e intelectual,
tiempo es lo que menos tienes. ¿Me recuerdas? ¿Me piensas? Esas fueron dos
preguntas, pero tu me conoces, soy errático, con constancia me equivoco.
El punto es que yo si te
recuerdo y te pienso. Recuerdo la sensación de tus orejas al tacto, el olor de
tu cabello al sol... recuerdo…
Álvaro
no continuó escribiendo ¿La razón? Simple. No podía permitirse expresar
sentimientos, el no era ese tipo de escritor. Arrancó la hoja de su cuaderno
con un odio voraz y con el mismo sentimiento la moldeó con las palmas de ambas
manos hasta formar un pelota.
Y
la lanzó directo a la basura, una encestada limpia de aquel Michael Jordan de
no comunicar sentimientos. “Que pendejadas”, dijo mientras lloraba amargamente,
escondiendo la cabeza entre sus hombros, como si en la habitación se encontrase
presente algún tercero que pudiese después, ir por la vida presumiendo haber
visto las lagrimas del joven borgeano.
Arrebatado
de odio y desesperación tomó su libreta de ideas, su cuaderno de escritura e
intentó partirlo por la mitad, sosteniéndolo con ambas manos, cada una tirando
hacía direcciones opuestas. La libreta era solida y, huelga decirlo, Chamizo
era débil. El cuaderno no se rompió.
Entonces,
en un ejercicio de conciencia poética, el joven escritor tomó una de las
paginas de su cuaderno, empuñó la pluma con la mano diestra y comenzó a
escribir la carta que entregaría como su ejercicio.
Cuadernito.
Sufro por ti. Eres
contenedor de todas y cada una de mis frustraciones. A la vez, todo asume un
carácter de un sufrimiento más intenso, porque te aborrezco, sí,
afirmativamente te aborrezco, pero sin ti yo me muero.
Eres todo lo que me
queda sobre esta tierra y quien te sepa leer entre líneas tomará conciencia de
todo lo que me duele. De todo lo que en ti habita encriptado, decodificado, un
secreto del que solo tú y yo somos conscientes. Otra razón más por la que nunca
podría deshacerme de ti, aunque en mi corazón hay una llama que efervesce de
odio contra tu existencia: eres cómplice de mi vida.
Guardo dentro de ti,
todo de mí, todo lo que se llame mío, toda idea, de la más absurda a la más
noble. Desde una ciudad que desaparece por cansancio, hasta un sindicato de
ladrones. Toda la magia de la que un ser humano podría ser capaz de imaginar. Y
sin embargo, la razón de mi desesperación es una, no tienes en una sola de tus
paginas el menor sentimiento. Si no fuera por la labor de imaginación, de la
que quisiera presumir tener un poco más que el promedio de mis congéneres y
compatriotas, no habría diferencia entre tú y un cuaderno de matemáticas.
No considero posible
poder deshacerme de ti ni aún en la muerte. Porque se que más allá, me
acosarías, invitándome seductoramente a escribir mis ideas vacías de todo
contenido humano.
Tu carácter de objeto
inanimado te da características envidiables. Nadie te exige nada, una sola
expresión, nada. Es más, todos te compadecen, por pertenecer a un corazón pobre
de chispa y ser mancillado por la pluma de un mal escritor.
Estas líneas podrían
seguir, pero lamentablemente, otra característica de esas tuyas tan
envidiables, eres analfabeta.
Te odio, te amo, te
aborrezco, ojalá no existieras, sin ti no se quien soy,
Álvaro Chamizo
El
escritor menesteroso de alma cerró su cuaderno antes de arrepentirse por
haberse expuesto demasiado, y lo arrojo lejos de sí, pero no tan lejos, porque
los escritores descorazonados no pueden vivir sin plasmar sus aburridas ideas.
Y como todo prisionero, esa libreta es un grillete que no puede arrojar
demasiado lejos.
Sebastián López, nació y ha vivido los últimos 23 años de su vida en Tláhuac, Ciudad de México. "Esos años son todos con los que cuento en mis haberes. El resto del mundo me lo imagino." Más lector que escritor. Estudió historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Escribe desde hace algunos años y ha publicado en algunas revistas literarias como Alcantarilla, Farolito, Poetómanos y Trinando. De igual manera en el periódico del PUEDJS de la UNAM.
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