Justo en el kokoro, reseña literaria de Ana Laura Bravo
De todos los géneros literarios que se han inventado,
el internet no es sólo el más reciente, sino el único que consiguió lo que
siglos de alfabetización y escuela obligatoria no habían conseguido hasta
ahora: que las personas lean y escriban porque les da la gana. Sin esperar una
invitación formal de la academia, cada día internet se consagra como la
literatura de todos, la única en la que escribir es sinónimo de publicar y, por
tanto, llena las redes de una multiplicidad de voces y experiencias a las que
podemos acceder desde la palma de la mano. Una utopía de la que la legendaria
Biblioteca de Alejandría habría sido apenas un indicio. Una búsqueda de Google
es un aforismo; un hilo, una glosa; un meme, un manifiesto. Con sus propios
subgéneros y características, internet no pretende imponerse prescriptivamente,
sino que se apropia hasta de los experimentos literarios más improbables y los
hace tendencia. Internet apuesta todo por sus usuarios sin miedo a equivocarse,
porque hasta los errores son publicables.
Entre tantas voces que llenan el maravilloso (y a
veces muy tétrico) mundo de internet, incluso la ficción puede ser real: el
sueño de cualquiera que se haya enamorado de alguien que no existe. Y si
de amores platónicos se trata, nadie mejor que los otakus. ¿Para qué ser joven
si no vamos a desear lo imposible? Como en La Rosa Púrpura del Cairo (1985),
más que un fan o un simple lector, un otaku es alguien que desea las
historias que consume. Las desea tanto que es capaz de calcarlas en la realidad
de esa manera imperfecta y extraña que resuena en la frase: I may be cringe,
but at least I’m free[1]. No sólo eso: a pesar consistir
en tecnología que trata de anticipar el futuro, internet parece haber fundado
su noción de autoría en el pasado más remoto de la literatura, la que ni
siquiera se escribía, sino que se hablaba. En esa época, como en la red, poco
importa quién lo dijo o qué significa propiedad intelectual: las narraciones
se van entrelazando y se conectan.
Podemos armar un poema con los comentarios de un
TikTok, retweetear una noticia hasta que un Tweet es un Tweet es un Tweet es un
Tweet, o copiar y pegar en tu muro de Facebook para alumbrar el nacimiento de
una nueva forma de épica. Justo cuando creíamos que la literatura había muerto
en los estantes polvosos de las librerías en quiebra, renace más viva que nunca
en los dispositivos que creímos que habíamos inventado para asesinar a los
libros. Y sí, internet es ruido, pero si escuchas con atención, notarás la
melodía… Eso es lo que Paola Llamas Dinero captura en sus Poemas para otakus[2], una antología siamesa
donde la realidad de internet se fusionan como Goten y Trunks para darnos un
paisaje completo de cómo se siente ser humano en la época en que somos más
íntimos con los celulares que con las personas que tratamos de alcanzar a
través de ellos.
Más que una antología poética, Poemas para otakus
funciona como una miniserie. Con su propio Opening y Ending, a lo largo de
cinco capítulos nos introduce a una protagonista que, más que una persona, es
una usuaria de internet: siempre conectada y susceptible a los estándares de
belleza del 2D y a personajes de pelo blanco. Una mujer que se refugia en su
adolescencia como si fuera un bunker a prueba de terrorismo y del terror de la
hiperconectividad. Un adulto que descubre que en la realidad virtual puede
seguir creciendo hasta la eternidad. Porque así como la literatura ha intentado
inmortalizar a héroes como Aquiles y musas como la Beatriz de Dante, e incluso
personajes más insignificantes como Razumikin, también internet es atravesado
por la muerte: chats enmudecidos, perfiles que se actualizan por las
publicaciones de otros, fotos póstumas… ¿acaso es esta la promesa de que podremos
sobrevivir a la vida desde otra realidad?
No se dejen engañar por la portada: también los otakus
tienen corazón y, como todo corazón humano, está plagado de los claroscuros de
la existencia. Los poemas de Paola Llamas pasan del shojo al josei,
del ecchi al gekiga y del cyberpunk al isekai, en
una lectura tan compleja que es capaz de ocultar preguntas hasta en frases
copiadas de memes. Ni siquiera tiene que ser pronunciable: entre el japonés y los
emojis, la autora nos propone desordenar el idioma que conocemos para descubrir
otros significados, quizá los que por fin nos permitan lograr una conexión
auténtica. Porque además de ser el género literario más nuevo, internet es un
mundo capaz de contener toda la información y todas las caricaturas y todos los
soundtracks, y a los vivos y a los muertos, mexicanos o japoneses, aquí las
nacionalidades ya no importan, sólo el lenguaje y los universos que podemos crear
con eso.
\(ꝺᴥꝺ)/
[1] “Tal
vez de pena ajena, pero al menos soy libre”, según mi propia traducción de esta
frase que suele encontrarse en diferentes memes.
[2]
Publicado en marzo de 2024, por la editorial Almadía.
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